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jueves, 8 de diciembre de 2011

De profesor a maestro


Este post, es un sincero homenaje a aquellos pocos maestros, que afortunadamente se cruzan en nuestras vidas para, en muchos casos, aclarar con gran sencillez aspectos que infinidad de profesores se habían esforzado en explicar previamente.

Sí, porque maestro, solo es aquel capaz de ser definido con todas las letras, de la M a la O. Son pocos los que tras años de experiencia logran completar su nombre, como el vencedor del juego del ahorcado. Así como en este conocido entretenimiento tradicional, el titulo académico solo te habilita a obtener la letra inicial, como base del futuro desarrollo, primera piedra del proyecto vital. Es, sin embargo, el implicado, quien a base de ensayo-error, mediante complejas estrategias sistemáticas o mediante ayuda externa, logra desvelar una a una las incógnitas escondidas tras cada letra. Y así, como nos enseñaron hace años, sólo aquellos capaces de descubrir hasta la última letra, serán quienes, como vencedores, gozarán del reconocimiento y admiración necesarios para permanecer presentes generación tras generación como fuentes de inspiración y objetos de estudio entre sus iguales.

El resto, simplemente podrán ser recordados por hechos puntuales acaecidos durante la consecución fallida de su búsqueda profesional. Esta es la metodología que perfila al maestro, al arquitecto, ingeniero, notario, médico (sexismos aparte) durante sus respectivas etapas activas.

Pese a ello, hay una profesión encargada de dar sentido a todas las demás. Una profesión sin la cual, el resto serían una simple utopía teórica. Es por ello, que en este caso, decido centrarme en el mundo de la educación, elemento primordial en la vida de todo ser humano, y por tanto piedra angular del desarrollo de un país. Sin embargo, tendemos equivocadamente a entender la educación como un trámite más en la vida de nuestros pequeños, incluso como una obligación cara y molesta.

Pues bien, todo país necesita de una sociedad educada, sea cual sea el tipo de educación recibida. No todos deben saber sobre matemáticas o literatura, sino que deben entender las bases que las motivan y centrarse en encontrar sus inquietudes. Para ello se realiza una enseñanza básica en la cual instruirlos en diversas materias y fomentar su interés por alguna de ellas. Ello no significa que debamos señalar al mal estudiante, sino centrarnos en encontrar su motivación. Un niño suspenso siempre es el resultado de una mala educación. Y digo mala, en el sentido de errónea.

Si un niño es mal estudiante, en mi opinión, es porque tiene otras virtudes que le hacen destacar. Lo importante es encontrar esa otra materia en la cual es bueno y potenciarla. Aunque ello signifique abandonar el camino tradicional de los estudios universitarios. Existen muchas otras profesiones en las cuales se puede destacar e, incluso, encontrar la felicidad. Además, no nos olvidemos, todas las profesiones son igual de importantes, por más que nos empeñemos en desprestigiar determinados gremios ancestrales. Un país funciona como una compleja máquina en la cual cada engranaje debe funcionar por sí mismo para lograr el funcionamiento global. El simple fallo de una pieza, boicotea al resto. No cabe duda que este mecanismo dispone de piezas más grandes y más pequeñas, más sofisticadas y menos. Pero todas son imprescindibles, la ausencia de una de ellas supondría el colapso del conjunto.

Esta máxima aparentemente obvia, ha sido relegada ante una inminente tendencia generacional hacia la educación universitaria. El motivo: evidentemente una sociedad frustrada en los estudios ante la imposibilidad de acceder a tal lujo. Generaciones absortas ante los pocos afortunados que lograron ser instruidos en las universidades, convirtiéndose en los auténticos héroes de pueblo, merecidas eminencias.

Este hecho, lamentable pero real, está motivando una nueva injusticia tan penosa y real como aquel. Hoy día, nos encontramos ante una sociedad repleta de licenciados o, en su defecto, malos estudiantes frustrados y señalados por no corresponder los deseos de sus padres, quienes con la mejor de sus intenciones y en un acto sumamente egoísta (no por ello negativo), decidieron asociar sus recuerdos infantiles a los de su hijo, imponiendo la formación universitaria como único modelo de éxito a tener en cuenta. Todo lo que no fuese obtener una titulación, era sinónimo de fracaso. Aquel que no quería estudiar, un desagradecido incapaz de valorar la magnitud del regalo que estaba recibiendo.

Pues bien, confío que no se repita este efecto boomerang, dado que las licenciaturas se están desprestigiando ante tanta marabunta de candidatos, los master son comunes, e incluso el doctorado se convierte en algo casi frecuente. Posiblemente se volverán a poner en valor otras profesiones no tan admiradas hoy día, en busca de un equilibrio que nuestro sistema pendular impide alcanzar.

Sin embargo, lo único que se ha mantenido constante en dicho bucle, es el eje del péndulo, el soporte de toda fluctuación, la figura del maestro. Ese ente vocacional que decide dedicar su vida a transmitir sus vivencias y conocimientos a nuevas generaciones con la humildad suficiente como para desear que sean sus alumnos quienes superen sus propios logros y le sucedan en tan plausible tarea. Seres capaces de abstraerse del orgullo y la envidia humana, centrados exclusivamente en encontrar lo mejor de cada uno, potenciarlo y animarlo a profundizar en ello para posteriormente transmitirlo a los siguientes. Esa actitud, es la encargada de permitir las sinergias de una sociedad, las sinergias de un país.


A todos ellos, GRACIAS.

Sin duda, necesitamos más maestros y menos profesores. Más interesados en mejorar y hacer mejores a sus iguales, que competidores dispuestos a hundir a los que les rodean para así destacar ellos mismos.


miércoles, 19 de octubre de 2011

La unión hace la fuerza

Más allá del "típico" tópico que se esconde tras esta lapidaria frase, encontramos todo un mensaje de contemporaneidad y concienciación social, dignos de mención.

¿Quién no se ha descubierto alguna vez, en pleno momento de éxtasis y euforia ante un inmenso logro, buscando perplejo una mirada amiga con la que compartir tan indescriptible alegría? ¿Cuántos, ante la búsqueda fallida de compañero de viaje, hemos simplemente ahogado esa explosión de júbilo? Y lo que es peor, todos hemos recreado tan memorable momento de nuestra vida, en infinidad de ocasiones, sólo para conocer la reacción de nuestros interlocutores y permitir con ello revivir tales sensaciones.

Tan humana reacción, debe de estar tatuada en el lomo de nuestras cadenas de ADN. Es por ello que trasladamos esta conducta a todos los ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo, el mundo laboral, no es ajeno a esta tendencia, beneficiándose mediante conceptos como la industrialización, globalización, sinergias o empresas multinacionales.

Determinados sectores fueron más precoces a la hora de asumir estas ideas y embarcarse en lo que muchos llaman desarrollo o evolución. En el mundo de la medicina, la economía o la tecnología, llevan años trabajando en equipos que buscan un bien común. Cada individuo aporta sus virtudes con el fin de alcanzar un resultado global positivo que repercuta en beneficio de todo el grupo.

Otras profesiones y gremios, tradicionalmente más independientes e individualizados, han acabado sucumbiendo ante la inminente aparición de un sistema global. Abogados, ingenieros o electricistas, ven cómo sus equipos se llenan de integrantes de la misma capacitación, en un sistema jerarquizado pero multidisciplinar y numeroso.

Sin embargo, una vez más, la arquitectura parece encontrarse anclada a los cimientos de la profesión, congelada en un pasado idílico y obsoleto que nunca más podrá volver a repetirse. Porque, señores, esa es la principal variante integrada por esta desconcertante crisis. Las reglas del juego han cambiado. La figura del arquitecto solitario, propietario de un estudio personal, está presenciando el ocaso de una vida.

Mientras, años o, incluso, siglos atrás, eran los arquitectos con nombres y apellidos quienes marcaban las pautas a seguir en esta profesión, hoy día son los estudios colectivos o asociaciones de estudios menores los que lideran el panorama internacional. Arquitectos como Le Corbusier, Álvaro Siza o Frank Gehry, se diluyen ante nuevos macroestudios liderados por más de un representante. Entre ellos destacan parejas ilustres como Herzog and De Meuron, o equipos como MVRDV. A nivel nacional, esta transición sigue la estela de sus referentes más allá de nuestras fronteras: Sáez de Oíza, Coderch o Moneo, han dado lugar a equipos como Cruz y Ortiz, Mansilla y Tuñón o EDDEA.

Este cambio generacional y conceptual es aún difuso, pero cada día somos más los que afirmamos que el sistema, tal como lo conocíamos, ha desaparecido. Ya no hay, ni habrá, la cantidad de dinero que hubo, tanta como para permitir infinidad de individuos capaces de enriquecerse. Esto unido a la producción incesante de nuevos profesionales, ha dado lugar a un cambio en el modelo de negocio.

Términos como la especulación deben ser olvidados, y la nueva arquitectura ser entendida como un servicio a los ciudadanos, no como un trampolín hacia la riqueza.

Por tanto, nuevo escenario y nuevos protagonistas. Empresas cada vez más amplias y especializadas, dispuestas a colaborar con sus iguales y concienciadas en cuanto al coste y al valor de sus acciones.

La sociedad se une para reclamar sus derechos y los profesionales se asocian para ampliar su abanico de posibilidades.

Ya sólo falta que los países, administraciones y políticos se unan a tan bella iniciativa.