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miércoles, 11 de enero de 2012

La conciencia del colectivo


El otro día me daban un dato que no puede más que remover todos tus cimientos: el 98% de los universitarios no se plantean ni estarían dispuestos a emprender.

En otras palabras, entre los universitarios que mañana serán la fuerza económica de este país, existe la convicción de que un 2% de la población activa generará trabajo para el 98% restante. Y existe además la actitud de no querer aportar nada, sino que nos lo den todo hecho para poder ganarnos la vida sin muchas complicaciones ni riesgo, aunque con esfuerzo, eso sí. Ni que decir que es insostenible desde todo punto de vista.

Esa idea fue rumiando en mi cabeza y me hizo observar otros aspectos. En las reuniones de comunidad todo el mundo propone modificaciones estatutarias para poder hacer las obras que ellos quieren, sin pensar en las consecuencias que tendrá para los demás vecinos o en las aberraciones que tal “desregulación” puede provocar.

Igualmente, todos aplaudimos quien consigue evadir impuestos u obtener una prejubilación injustificable, pero a la vez exigimos los mejores servicios públicos. O descuidamos el cuidado de menores que no sean nuestros hijos o el auxilio de ancianos que no guarden parentesco con nosotros.

O más flagrante aún, intentamos siempre rebajar el coste de los servicios o el salario de los trabajadores que de nosotros dependen.

En definitiva: hemos perdido la conciencia del colectivo, del barrio, de la comunidad de vecinos, del pueblo… Hemos perdido la conciencia de que para que nos vaya bien a nosotros antes hemos de cuidar de que la situación de los que nos rodean sea buena, de que para que a nosotros nos ayuden, hemos de ayudar.

Hemos pasado a adoptar como buena y válida la mentalidad más egoísta, interesada y cortoplacista posible, aplaudimos el engaño o la habilidad para aprovecharse del sistema, ridiculizamos las actitudes altruistas, despreciamos el trato personal con las personas que nos rodean, aislándonos y convirtiéndonos, cada vez más, en personas más aisladas y solitarias, y por extensión, más individualistas y/o egoístas. Y no consideramos las consecuencias de nuestros actos más allá del presente más inmediato.

Así, hemos descuidado: el conocimiento de los que nos rodean, cosa que nos permitiría ayudarles con cosas que a lo mejor no nos suponen nada; hemos descuidado la supervisión de la educación de los menores cuando no están ni en casa ni en la escuela, posibilitando bandas y auténticas aberraciones; hemos olvidado que los que nos compran y pagan, son los mismos a los que compramos y pagamos y que si les asfixiamos económicamente, nos asfixiaremos nosotros; hemos olvidado que para que podamos estar tranquilos por nuestros mayores, alguien deberá preocuparse no sólo por sus ancianos, sino por los nuestros; y que para que haya trabajo han de existir empresarios y empresas, gente que arriesgue y se sacrifique para generar riquezas, de lo contrario dependeremos de empresas extranjeras para trabajar y esas sí que tienen conciencia de cuales son sus intereses, de donde vienen y donde revertirá el dinero que aquí ganen.

Cuando un promotor construye un edificio, ha ganado dinero, sí, pero ha generado un espacio para que muchas personas vivan, ganándoselo, sí, pero haciendo posible que tengan donde vivir. Igualmente ha generado trabajo para el sector de la construcción, arquitectos y negocios de la zona que han facilitado materiales y comida a dichos trabajadores. Pero más allá, ha generado un espacio donde en el futuro otra persona podrá comenzar con otro negocio como un gimnasio o SPA, que dará trabajo a algunas familias (que a su vez demandarán servicios que requerirán más trabajo) y que permitirá a la gente de la zona mejorar su salud y disfrutar, pagándolo, de unas instalaciones que antes no existían.

Por el contrario, cuando demonizamos al empresario, conseguimos un paro que está haciendo que le regalemos a países como Alemania trabajadores muy cualificados, cuya formación nos ha costado a todos dinero y recursos, desarraigando familias y facilitando la desestructuración de las familias, colectivo indispensable en nuestra sociedad.

Cuando en las comunidades de propietarios se exprime a las empresas proveedoras, provocamos el consiguiente ajuste de salarios y plantilla. Una plantilla formada por personas que a su vez viven en otras comunidades y que verán como han de reajustar sus presupuestos apretando más a sus proveedores, entrando en un bucle infinito de contracción y destrucción de lo conseguido hasta ahora.

El avance es una rueda que sólo gira si todos somos conscientes de cual es nuestro papel en ella. Todos podemos hacer la vida de los demás más sencilla y entonces la nuestra nos la harán más sencilla. La rueda, ese ciclo de avance necesario y deseado, sin embargo, se rompe con que uno sólo de los que recibe deje de dar y los demás lo toleremos y aceptemos como válido.

No hay futuro para esa mentalidad, los altruistas y trabajadores no podemos ser cobardes o conformistas, no podemos ser cómplices de quienes se aprovechan del sistema sin la menor intención de hacer por sostener este estado de avance y bienestar.

lunes, 3 de octubre de 2011

Mi lectura del 15M

¡Indignaos! Proponía Stephane Hessel en su manifiesto por la conciencia política de esta sociedad. Y así fue, el pueblo decidió hacer caso a esta petición y alzarse frente a un sistema que lejos de mantenerse, avanza peligrosamente hacia una debacle sin precedentes. Sin embargo, este acto, sin más, podría ser catalogado como uno de los grandes momentos en la historia de este país, esos en los que la población se revela para recordar que seguimos ahí, que nos importa este país y que, sin duda, nos negamos a permanecer impasibles ante tanta injusticia.

¡Indignaos! Ante una clase política capaz de negar una crisis de esta magnitud, incapaz de ofrecer soluciones y alternativas, digna de lo indigno que nos rodea.

¡Indignaos! Al descubrir que debe ser un anciano francés quien nos abra los ojos, un luchador de más de noventa años, quien tras una vida de penurias y logros sociales, aún encuentra fuerzas para, desde la elocuencia más inaudita, descifrar los errores y peligros que acechan nuestro bienestar. Todo ello mientras nuestro país, plagado de personas preparadas y dedicadas al ejercicio de la política, hace oídos sordos desde el olimpo que tanto les ha costado construir, y que de ninguna manera están dispuestos a destruir.

¡Indignaos! Cuando descubráis las desigualdades económicas que reinan en este país, curiosamente considerado entre los desarrollados, y donde el número de licenciados supera holgadamente al número de personas dispuestas a aprender un oficio, ante el desprestigio social al que se han visto sometidos los gremios profesionales más antiguos y necesarios.

¡Indignaos! Cuando veáis un país capaz de desperdiciar sus años de bonanza económica en exprimir la gallina de los huevos de oro, sin siquiera plantearse la posibilidad de buscar sectores de referencia alternativos.

¡Indignaos! Pese a que una gran parte de esta sociedad, sea partícipe de este caos económico, a través de la concesión y aceptación de infinidad de becas y subvenciones innecesarias, el derroche de la inversión europea en proyectos dilatados por intermediarios desconocidos, la especulación urbanística frente a jóvenes y familias sin vivienda en la que ejercer su derecho constitucional, y productos básicos en peligro de extinción ya que el verdadero trabajador se arruina ante los encargados de velar por su negocio.

¡Indignaos! Ante un sistema educativo decapitado, en el cual el profesor pierde toda autoridad frente a sus alumnos gracias a la indiferencia o, incluso el apoyo, de unos padres “pseudo amigos” que en su afán por ganarse el beneplácito de su descendencia, hacen caso omiso de las obligaciones que se les presuponen y que motivaron el por qué de su existencia actual.

¡Indignaos! Frente a una sociedad capaz de hablar de sostenibilidad desde un sistema por definición insostenible, en el que existe una mayoría que vive del Estado y emplea sus días en lastrar burocráticamente a aquellos elegidos para mantenerlos, y esa minoría, supuestamente destinada a sustentarlo, que prefiere evadir dicha responsabilidad mediante argucias económicas.

¡Indignaos! Ante un presente ajeno al pasado y dispuesto a dilapidar su propio futuro.

¡Indignaos! Porque vivimos para trabajar. Hemos creado un “juego” en el cual unos pocos trabajamos mucho, otros muchos trabajan poco, y lejos de existir un reparto equitativo o coherente, cada vez ganamos menos y se enriquecen más.

¡Indignaos! El único objetivo en la vida parece ser el dinero y el poder, sinónimo actual del dinero. La felicidad, efectivamente, viene asociada al dinero, ya que se ha apropiado definitivamente de ella. Un bien, capaz de generar negocios donde los poderosos flirtean con su lado más ambicioso mediante la manipulación de los mercados a través de un peligroso “juego de niños” a escala mundial. Un bien, que ha motivado la creación de una nueva industria a su alrededor, donde se "garantiza" la seguridad a sus propietarios sin que exista el menor compromiso de devolución o responsabilidad, y a la cual debemos rescatar al descubrir que en su afán por “rizar el rizo”, han logrado destruirse a sí mismos. Un bien, con complejo de mal.

¡Indignaos! Nos han convertido en un conjunto manipulable, donde el deporte y los escándalos, son empleados para cegar nuestro intelecto mientras los medios se encargan de mostrarnos una realidad direccionada y alejada de esa objetividad que se les presupone.

¡Indignaos! Por esa infinidad de razones que podrían seguir a todas aquellas ya redactadas y que están ahí, entre nosotros, dispuestas a que alguien las descubra y las ayude a rehabilitarse.

Pero lo más importante, ¡indignaos! Porque cuando parecía que habíamos encontrado la solución a todo esto, el inicio de un fin, cuando las nuevas tecnologías habían sido empleadas para orquestar la más pacífica de las revueltas, cuando se había logrado que entre todos diésemos ese puñetazo en la mesa que tanto se necesitaba, me encuentro con que ese nuevo arma constructora, de posibilidades infinitas, ha sido desactivada a las primeras de cambio. Ha sido destruida. Me da la sensación de que hemos malgastado una herramienta de gran utilidad que parecía que habíamos ya olvidado que existía, y que es por cosas como esta, por lo que permanecerá de nuevo durante años en la sombra, acechando sin que nadie la vea. Señores, el movimiento del 15M es sin duda un ejemplo para la esperanza, una muestra inequívoca de que la gente no está rendida ni se muestra indiferente ante los problemas, un reducto de carácter que nos recuerda que estamos aquí para opinar y ser escuchados. Sin embargo, no hemos sabido canalizar estas ideas, esta iniciativa, hacia alternativas políticas reales. ¿Por qué? Pues en mi opinión porque no hemos sido capaces de asumir que siempre hace falta un líder, un grupo capaz de proponer ideas y transmitirlas. Un grupo o un individuo en el que creamos y al que apoyemos, que plantee soluciones y escuche las reacciones ante estas. Porque la libertad total, puede desembocar en el libertinaje, un caos en el cual nadie sabe realmente qué hacemos aquí y qué podemos llegar a conseguir.

Hemos pretendido prolongar una buena idea hasta el punto de molestar a la gente y lograr enemigos entre nuestros propios amigos, es decir, hasta “quemarla”. No hemos sabido retirarnos a tiempo, pensar y madurar las opciones, para después volver con más fuerza y llevarlas a cabo. Ya somos conscientes de que existe un muro frente a nosotros y de que si continuamos avanzando nos chocamos contra él, pues bien, no hace falta que sigamos embistiendo dicho muro, sino alejarnos levemente y desde una nueva perspectiva analizar las opciones de las que disponemos para poder sortearlo y proseguir nuestro camino.

Desde aquí invito a los artífices de tan interesante hazaña, que no desfallezcan ante esta posible derrota, y recapaciten sobre lo ocurrido para retomar lo bueno y enfocarlo esta vez hacia medidas concretas que contribuyan a mejorar esta situación. Asimismo, invito a aquellas personas que compartan los ideales de fondo causantes de esta indignación y se encuentran preparados para dirigir un cambio en clave política y legal, a dar un paso al frente y empezar a andar el camino. Mostrarse y ofrecerse para tal fin. Hacen falta lideres y personas implicadas dispuestas a cambiar las cosas.

Desde aquí, planteo una medida con la que instar a todos a avanzar, probemos a mostrar nuestro descontento sentándonos frente a los colegios electorales el día de las próximas elecciones. Hagamos ver a nuestros dirigentes políticos, que no es indiferencia lo que justifica la escasa participación ciudadana, sino una desoladora falta de candidatos que representen nuestros intereses y necesidades. Confiemos en ellos, en que serán capaces de “coger el testigo”, hacer autocrítica y replantearse este sistema hasta el punto de volver a los principios fundadores que motivaron una transición ansiada por todos. De no ser así, confío que el espíritu del 15M, aquel capaz de hacernos estremecer a todos, no se pierda tan fácilmente, y que todo ello derive en nuevos tangibles que nos hagan disfrutar de los deseados intangibles.