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lunes, 21 de noviembre de 2011

La disociación

La disociación, la clave de la mayor parte de los problemas.

El dinero no es más que un pagaré emitido por un banco. Para evitar robos los comerciantes empezaron a emitir cartas de compromiso de pagos futuros (pagarés) respaldados por su patrimonio y solvencia, evitando así cargar en el mercado con cantidades importantes de oro (valor referencia entonces). Con el tiempo los bancos asumieron dicha función y en Europa posteriormente los estados a través de los Bancos Centrales. Hoy ya no existe tal garantía o respaldo en oro. El dinero se sujeta a las leyes de mercado, vale lo que la ley de oferta (del banco central que lo emite) y la demanda (los demás bancos demandan) marca.

Por otro lado, las sociedades mercantiles, son personas jurídicas. Una persona jurídica no es más que una ficción, por la cual la asociación de un numero de personas físicas (reales) que comparten un legítimo ánimo de lucro, pasa a tener la consideración de persona independiente de sus integrantes, con capacidad para obligarse y para ser titular de derechos.

Se crearon para que el emprendedor pudiese emprender sin que le coartase el miedo a perder lo que hasta ese momento había consolidado, limitando el riesgo que asumía a la inicial aportación a la sociedad, eso sí, a cambio de las correspondientes acciones o participaciones. Y eso está bien, pues son bases y normas del juego que conocemos antes de operar con una sociedad, cuya solvencia viene determinada por la cifra del capital social, que es un dato público.

Pues bien, explicado lo anterior, hay que decir que el problema viene cuando hemos interiorizado tanto ambas ficciones que se nos olvida que el dinero no es más que un medio de pago y que al final son las personas integrantes las que forman las sociedades, las que deciden y las que en el fondo son responsables de las consecuencias, aceptando que el dinero genere dinero sin producir nada en realidad y perdonándoles a las personas que dirigen esas entidades no sólo la responsabilidad patrimonial, sino también su responsabilidad moral, porque acabamos culpando al ente ficticio del mal y no a las personas que tomaron las decisiones.

Cuando se habla de los mercados financieros se nos olvida que en realidad los mercados son en realidad un relativamente reducido número de personas, que fundaron o son propietarios de un número algo más amplio de sociedades que a su vez tienen un gran número de filiales (bancos y hedge founds), que siguiendo sus directrices especulan con lo que algunos diligentemente producen.

La mayoría de hedge found, tienen entre su accionariado a múltiples entidades financieras, de las que son socias o partícipes a su vez diversas sociedades o entidades cuyo único titular final son un determinado grupo reducido de personas que se escudan en esos entramados societarios, que hacen suyo el  beneficio de especular y que luego socializan las pérdidas. Tan pocos son que, de hecho, cuando el Congreso de los EEUU quiso ponerle cascabel al gato, cito a declarar a tan sólo cinco gestores de los hedge founds más grandes y millonarios (http://es.wikipedia.org/wiki/Fondo_de_inversi%C3%B3n_libre)

Cuando un directivo de una entidad sale en los medios de comunicación, opinando sobre lo que habría que hacer o no y sembrando dudas sobre una empresa o estado, suele prestársele atención en base a sus méritos personales y su capacitación profesional, como si opinase objetivamente, como si fuese ajeno a todo, pero se nos olvida que tiene un interés directo a través de las entidades para las que trabaja, que no son más que una careta para su propia persona. Si ha ordenado a sus entidades apostar contra un estado y siembra dudas sobre dicho estado, está mirando por sus intereses, algo que ya se hace con total impunidad, pero que no deberíamos permitir.

¿Tiene lógica que el zorro diseñe la valla que protege el rebaño?

Por el mismo motivo cuando se habla de que una entidad ha repartido bonus o ha incrementado el salario de los directivos, bajo la justificación de que hay que evitar fugas de talento, no nos chirría. Ni siquiera en épocas como la actual, en las que los bancos están teniendo pérdidas. Pérdidas que son consecuencia de créditos otorgados incumpliendo directrices elementales a quienes luego han cuidado de esa persona o directivo que le consiguió el apoyo financiero.

Nuestro cerebro no alcanza a  sustituir el nombre de la entidad por el de los propios directivos que, en realidad, se han repartido el beneficio de la entidad, bajo la excusa de evitarse a sí mismos la tentación de marcharse (¿?¿?¿?) y en agradecimiento por la  gestión que hacen, que en realidad ha sido realizada en perjuicio de sus accionistas y de la propia entidad, mirando por su privado beneficio y causando pérdidas millonarias.

Nuestro cerebro no alcanza a entender que el banco cuando le dio un crédito “kamikaze” a un empresario o empresa con escasa probabilidad de éxito, en realidad lo que ocurría era que una determinada persona real, con intereses propios, abusando de su posición, estaba comprando futuros favores.

Así se explica que personas que eran directivos de Goldman Sachs y otras entidades que provocaron esta gran crisis, a través de la creación de “productos financieros basura”, sean ahora nombrados como “salvapatrias” sin que a nadie le dé un ataque de ira.

Porque no se entiende como alguien que era directivo de una entidad que realizó abusos hasta hundirse, forzando la intervención del estado (http://www.cnnexpansion.com/negocios/2009/07/22/goldman-sachs-se-libera-de-rescate), que invirtió impuestos públicos en evitar la debacle del sistema, puede ahora ser designado como presidente de un país, para salvarle de una situación por él y sus compañeros.

Un ejemplo:


Internacional – 17 de noviembre de 2011:

<<El banco más rentable de la historia de Wall Street, Goldman Sachs, ha explicado en un informe dedicado a la situación italiana que si finalmente el país designa un Gobierno de tecnócratas con un líder que goce "de personalidad externa y capaz" para gestionar la crisis, la especulación creada en torno al país mediterráneo descendería a gran velocidad. Uno de los nombres que se barajan para el puesto es Mario Monti, que precisamente trabajó para la entidad estadounidense como asesor internacional.>>

Eso es lo que en el resto del mundo se conoce como chantaje. Se lo traduciré: “Hasta que no pongas a mi amigo y persona de confianza, el Sr. Monti, a dirigir Italia para que pueda tomar las decisiones que me interesan, no voy a dejar de especular contigo y de ganar dinero a tu costa.”

Me considero a favor del gobierno de los tecnócratas, pero siempre que sean tecnócratas elegidos por sus méritos de forma democrática.

No me puedo contentar ni tolerar con el gobierno de los tecnócratas impuestos por sus desméritos y en base al más burdo de los chantajes, por quienes han provocado la ruina de muchas empresas y familias, en lo que es un GOLPE DE ESTADO. Me niego a que las personas reales, que han causado esta debacle económica, que a posteriori se han hecho de oro con cargo a las recapitalizaciones de los estados (a entidades que recordemos les pagan a ellos sueldos millonarios) me impongan ahora quien me representa.


lunes, 3 de octubre de 2011

Mi lectura del 15M

¡Indignaos! Proponía Stephane Hessel en su manifiesto por la conciencia política de esta sociedad. Y así fue, el pueblo decidió hacer caso a esta petición y alzarse frente a un sistema que lejos de mantenerse, avanza peligrosamente hacia una debacle sin precedentes. Sin embargo, este acto, sin más, podría ser catalogado como uno de los grandes momentos en la historia de este país, esos en los que la población se revela para recordar que seguimos ahí, que nos importa este país y que, sin duda, nos negamos a permanecer impasibles ante tanta injusticia.

¡Indignaos! Ante una clase política capaz de negar una crisis de esta magnitud, incapaz de ofrecer soluciones y alternativas, digna de lo indigno que nos rodea.

¡Indignaos! Al descubrir que debe ser un anciano francés quien nos abra los ojos, un luchador de más de noventa años, quien tras una vida de penurias y logros sociales, aún encuentra fuerzas para, desde la elocuencia más inaudita, descifrar los errores y peligros que acechan nuestro bienestar. Todo ello mientras nuestro país, plagado de personas preparadas y dedicadas al ejercicio de la política, hace oídos sordos desde el olimpo que tanto les ha costado construir, y que de ninguna manera están dispuestos a destruir.

¡Indignaos! Cuando descubráis las desigualdades económicas que reinan en este país, curiosamente considerado entre los desarrollados, y donde el número de licenciados supera holgadamente al número de personas dispuestas a aprender un oficio, ante el desprestigio social al que se han visto sometidos los gremios profesionales más antiguos y necesarios.

¡Indignaos! Cuando veáis un país capaz de desperdiciar sus años de bonanza económica en exprimir la gallina de los huevos de oro, sin siquiera plantearse la posibilidad de buscar sectores de referencia alternativos.

¡Indignaos! Pese a que una gran parte de esta sociedad, sea partícipe de este caos económico, a través de la concesión y aceptación de infinidad de becas y subvenciones innecesarias, el derroche de la inversión europea en proyectos dilatados por intermediarios desconocidos, la especulación urbanística frente a jóvenes y familias sin vivienda en la que ejercer su derecho constitucional, y productos básicos en peligro de extinción ya que el verdadero trabajador se arruina ante los encargados de velar por su negocio.

¡Indignaos! Ante un sistema educativo decapitado, en el cual el profesor pierde toda autoridad frente a sus alumnos gracias a la indiferencia o, incluso el apoyo, de unos padres “pseudo amigos” que en su afán por ganarse el beneplácito de su descendencia, hacen caso omiso de las obligaciones que se les presuponen y que motivaron el por qué de su existencia actual.

¡Indignaos! Frente a una sociedad capaz de hablar de sostenibilidad desde un sistema por definición insostenible, en el que existe una mayoría que vive del Estado y emplea sus días en lastrar burocráticamente a aquellos elegidos para mantenerlos, y esa minoría, supuestamente destinada a sustentarlo, que prefiere evadir dicha responsabilidad mediante argucias económicas.

¡Indignaos! Ante un presente ajeno al pasado y dispuesto a dilapidar su propio futuro.

¡Indignaos! Porque vivimos para trabajar. Hemos creado un “juego” en el cual unos pocos trabajamos mucho, otros muchos trabajan poco, y lejos de existir un reparto equitativo o coherente, cada vez ganamos menos y se enriquecen más.

¡Indignaos! El único objetivo en la vida parece ser el dinero y el poder, sinónimo actual del dinero. La felicidad, efectivamente, viene asociada al dinero, ya que se ha apropiado definitivamente de ella. Un bien, capaz de generar negocios donde los poderosos flirtean con su lado más ambicioso mediante la manipulación de los mercados a través de un peligroso “juego de niños” a escala mundial. Un bien, que ha motivado la creación de una nueva industria a su alrededor, donde se "garantiza" la seguridad a sus propietarios sin que exista el menor compromiso de devolución o responsabilidad, y a la cual debemos rescatar al descubrir que en su afán por “rizar el rizo”, han logrado destruirse a sí mismos. Un bien, con complejo de mal.

¡Indignaos! Nos han convertido en un conjunto manipulable, donde el deporte y los escándalos, son empleados para cegar nuestro intelecto mientras los medios se encargan de mostrarnos una realidad direccionada y alejada de esa objetividad que se les presupone.

¡Indignaos! Por esa infinidad de razones que podrían seguir a todas aquellas ya redactadas y que están ahí, entre nosotros, dispuestas a que alguien las descubra y las ayude a rehabilitarse.

Pero lo más importante, ¡indignaos! Porque cuando parecía que habíamos encontrado la solución a todo esto, el inicio de un fin, cuando las nuevas tecnologías habían sido empleadas para orquestar la más pacífica de las revueltas, cuando se había logrado que entre todos diésemos ese puñetazo en la mesa que tanto se necesitaba, me encuentro con que ese nuevo arma constructora, de posibilidades infinitas, ha sido desactivada a las primeras de cambio. Ha sido destruida. Me da la sensación de que hemos malgastado una herramienta de gran utilidad que parecía que habíamos ya olvidado que existía, y que es por cosas como esta, por lo que permanecerá de nuevo durante años en la sombra, acechando sin que nadie la vea. Señores, el movimiento del 15M es sin duda un ejemplo para la esperanza, una muestra inequívoca de que la gente no está rendida ni se muestra indiferente ante los problemas, un reducto de carácter que nos recuerda que estamos aquí para opinar y ser escuchados. Sin embargo, no hemos sabido canalizar estas ideas, esta iniciativa, hacia alternativas políticas reales. ¿Por qué? Pues en mi opinión porque no hemos sido capaces de asumir que siempre hace falta un líder, un grupo capaz de proponer ideas y transmitirlas. Un grupo o un individuo en el que creamos y al que apoyemos, que plantee soluciones y escuche las reacciones ante estas. Porque la libertad total, puede desembocar en el libertinaje, un caos en el cual nadie sabe realmente qué hacemos aquí y qué podemos llegar a conseguir.

Hemos pretendido prolongar una buena idea hasta el punto de molestar a la gente y lograr enemigos entre nuestros propios amigos, es decir, hasta “quemarla”. No hemos sabido retirarnos a tiempo, pensar y madurar las opciones, para después volver con más fuerza y llevarlas a cabo. Ya somos conscientes de que existe un muro frente a nosotros y de que si continuamos avanzando nos chocamos contra él, pues bien, no hace falta que sigamos embistiendo dicho muro, sino alejarnos levemente y desde una nueva perspectiva analizar las opciones de las que disponemos para poder sortearlo y proseguir nuestro camino.

Desde aquí invito a los artífices de tan interesante hazaña, que no desfallezcan ante esta posible derrota, y recapaciten sobre lo ocurrido para retomar lo bueno y enfocarlo esta vez hacia medidas concretas que contribuyan a mejorar esta situación. Asimismo, invito a aquellas personas que compartan los ideales de fondo causantes de esta indignación y se encuentran preparados para dirigir un cambio en clave política y legal, a dar un paso al frente y empezar a andar el camino. Mostrarse y ofrecerse para tal fin. Hacen falta lideres y personas implicadas dispuestas a cambiar las cosas.

Desde aquí, planteo una medida con la que instar a todos a avanzar, probemos a mostrar nuestro descontento sentándonos frente a los colegios electorales el día de las próximas elecciones. Hagamos ver a nuestros dirigentes políticos, que no es indiferencia lo que justifica la escasa participación ciudadana, sino una desoladora falta de candidatos que representen nuestros intereses y necesidades. Confiemos en ellos, en que serán capaces de “coger el testigo”, hacer autocrítica y replantearse este sistema hasta el punto de volver a los principios fundadores que motivaron una transición ansiada por todos. De no ser así, confío que el espíritu del 15M, aquel capaz de hacernos estremecer a todos, no se pierda tan fácilmente, y que todo ello derive en nuevos tangibles que nos hagan disfrutar de los deseados intangibles.

viernes, 30 de septiembre de 2011

A contracorriente

Hoy he experimentado una serie de sensaciones contradictorias que me enorgullecen a la vez que me avergüenzan, todo ello debido a algo tan simple y antiguo como es el don con el que fue dotado el ser humano para la comunicación.

La causa de tal desasosiego no es otra que el idioma. Si. Esa componente fundamental e infravalorada del ámbito de lo social. Creo poder afirmar que no soy el único que se ha visto alguna vez coartado por motivos lingüísticos ante la imposibilidad de transmitir nuestras ideas o incluso necesidades, a nuestro interlocutor. No sé si habréis sufrido esa sensación muy a menudo, pero desde luego, no me cabe la menor duda de que todo aquel que se ha visto inmerso en tal orgía de sensaciones frustradas, no lo olvida con facilidad. Mientras más me intereso por ampliar fronteras y abrir mi mente a nuevas vivencias, más duro y compacto parece el muro con el que tiendo a impactar, y más frecuentemente experimento esta horrible desazón, cada vez mas cotidiana a la par que especialmente española.

Sin embargo, a día de hoy, en un mundo cada vez más globalizado, donde las distancias culturales se han visto reducidas hasta niveles irrisorios, donde existen infinidad de redes de comunicación que nos permiten asistir a eventos diversos a lo largo y ancho del planeta, ya sea de manera física o virtual; en este marco cultural incomparable caracterizado por la búsqueda de alianzas que pongan en valor al conjunto a través del apoyo de sus individualidades... me sorprende y entristece descubrir que existen pequeños reductos sociales aún, en los cuales tales afirmaciones son entendidas como ajenas, o, cuando menos, amenazadoras.

¿Cómo si no explicaríais que un país se vea fragmentado por razones culturales y lingüísticas? Evidentemente la cultura propia de un lugar, entendida como la tradición a la cual debe su idiosincrasia, debe ser, en todo momento, defendida y fomentada, con el fin de mantener la riqueza que caracteriza y diferencia las diversas colectividades y aporta heterogeneidad a este conjunto. Lo que no acabo de entender, es en qué punto concreto de dicha definición de principios, aparece la negación al grupo, al elemento conciliador que los une y los fortalece.

Jamás podré entender dicha asociación de ideas, en tanto en cuanto, yo puedo decir con total confianza, que me siento plenamente orgulloso de mis orígenes y todas y cada una de las características que conformaron mi forma de ser, sin por ello negar ninguno de los niveles jerárquicos en los que se estructuran dichos orígenes. Yo soy un ciudadano de pueblo, orgulloso de su provincia, como parte de su maravillosa comunidad autónoma, integrante de pleno derecho de este espléndido país, como miembro de nuestra ilusionante y prometedora Unión; con sus múltiples defectos, sinrazones, injusticias o incluso desagradables muestras de nuestra insaciable sed de corrupción. Pues bien, sigo estando orgulloso de todo ello, hasta el punto de no perder la esperanza en que exista un futuro mejor.

Ahora bien, una vez que ya he superado la barrera idiomática que tan concienzudamente se empeñó en grabar a fuego nuestro “alentador” sistema educativo, me encuentro ante el gran dilema, ¿cómo encontrar palabras que me ayuden a justificar o, como poco, explicar a mi querido interlocutor el por qué de unas políticas nacionalistas obsesionadas con la imposición de lenguas minoritarias frente a aquellas de mayor repercusión? ¿Cómo se le explica a un ingenuo visitante, ajeno a toda polémica histórica, capaz de hablar con fluidez más de cinco idiomas, tal barbaridad? Y lo que es peor, ¿cómo explicarle a tus hijos, que en un alarde de extrema “generosidad” y “humildad”, has decidido hipotecar su futuro negándoles el mayor legado que podrías transmitirles, su habilidad para comunicarse más allá de sus límites más inmediatos?

Me estremece sólo pensar en verme en esa temible tesitura. Quizás deberíamos imponer en la escuela, aparte de las ya comentadas clases de idiomas para los pequeños "infelices", un temario extra orientado a sus indefensos progenitores, en el cual enseñarles a defender tan “plausible” postura.

Señores, el ego, principal mal de esta sociedad, no hace sino entorpecer la gran variedad de virtudes que caracterizan al ser humano y le otorgan la grandeza que sin duda poseen. Pese a ello, no parecemos programados para aprender de errores pasados, y seguimos empeñados en demostrar que son los astros quienes giran en torno a la todopoderosa Tierra, gobernada y dirigida por nuestros invencibles iguales.

¡Que no! ¡No somos mejores que los demás, no estamos por encima del conjunto! Y no, no podemos oponernos a las tendencias más globales por el simple hecho de dejar nuestra huella en la historia, aunque sea un rastro de pena y destrucción. Cada catástrofe natural, cada desastre acaecido, nos debería ayudar a entender lo insignificantes que podemos ser, como partes de este maravilloso Todo en el que estamos sumidos.

Por favor, desde aquí hago un llamamiento general, para que se analicen las decisiones tomadas y sus más que probables consecuencias a medio y largo plazo. No podemos dejar que sea el orgullo quien gobierne nuestro futuro, sino nuestro raciocinio quien lo guíe. Superemos el egocentrismo que ha manchado tantos y tantos episodios de nuestra historia, olvidemos nuestro ombligo por un momento, para levantar la mirada y ver más allá, disfrutar de la gran cantidad de novedades que se nos ofrecen cada día y que contribuirán a formar la personalidad de los que están por llegar.


viernes, 23 de septiembre de 2011

Lo políticamente correcto

Curiosa afirmación, eso sin duda.

Y cuando digo curiosa, quiero decir paradójica, controvertida, incluso polémica. Muchos se preguntarán por qué, aunque imagino que otros ya sabrán a qué me refiero.

Vivimos en una sociedad evidentemente politizada, en el buen y en el mal sentido. Todos sabemos el papel que juega la política en nuestra historia y el fin último que la generó. Sin embargo, hoy día, estos principios creadores, estos argumentos filosóficos se ven de soslayo, en una sociedad donde la política es más símbolo de poder que de gobierno, de individualidades que de conjuntos, de conflictos que de encuentros.

En mi opinión la política debería ser el hilo conductor, generador de sinergias, el faro capaz de guiar a una sociedad compuesta por infinidad de individuos asociados en conjuntos menores. En este sentido, es necesario tener representantes que trasladen las inquietudes de los integrantes de la sociedad, ante otras sociedades, a modo de portavoces. Hasta aquí, todo es correcto. Es más, la democracia permite al ciudadano participar en la elección de dicho representante en plenitud de derechos y en igualdad con el resto de ciudadanos. Perfecto.

Ya sabemos la teoría, lo ansiado. Pues bien, ahora me gustaría que todos hiciéramos autocrítica y reflexionáramos acerca de la situación actual, y como esta dista enormemente del ideal definido anteriormente.

Cada día más, los representantes políticos se convierten en entes independientes capaces de dictar sus propias opiniones según sus propios criterios, guiando por tal senda al resto de representados. ¿No os resulta llamativo, que una persona elegida para alzar la voz exclusivamente en el caso de que nosotros deseemos que así lo haga, sea quien nos diga lo que debemos hacer, incluso cuando la mayoría estamos en pleno desacuerdo? A mí, cuanto menos, me inquieta esta paradoja.

¿Cómo puede ser que un político, a día de hoy sea una profesión independiente, privatizada según empresas-partidos que luchan por sus propios intereses? ¿Como puede ser, que se hable de político de carrera? Sinceramente, para mí un político debe ser una persona capaz de expresar mis ideas mejor que yo, esa es su principal labor. Alguien con el suficiente carisma como para aunar las opiniones y evitar el libertinaje y el caos que puede acarrear la diversidad lógica derivada de las diferentes maneras de pensar. ¿Se os ocurre alguien en quien pensar? Probablemente menos de los que oficialmente se declaran como políticos de carrera.

Mas allá de eso, todos aquellos asesores que se adosan al gobierno para contribuir en la toma de decisiones, entiendo que deben ser expertos en la materia de contrastada experiencia, capaces de analizar un determinado problema de manera objetiva y eficaz. ¿Por qué, entonces, deben ser también políticos? La economía no debe ser política. La salud no debe ser política. La cultura, tampoco. La justicia, aún menos.

En este caso, de hecho, creo que la realidad me da la razón: por qué si no un determinado concejal debería tener un asesor que lo asesore, o lo que es peor, varios. Si no me equivoco, es el alcalde quien recurre a sus concejales a modo de asesores. No podemos permitir que la jerarquía se repita indefinidamente. No perdamos de vista la pirámide política estatal: presidente, ministros, presidentes autonómicos, consejeros, alcaldes y concejales. ¿Podemos permitirnos minar toda esta serie jerárquica con más asesores? Aparentemente, todos dependen de un representante central, que cuenta con asesores locales que le facilitan su acceso a todos y cada uno de los ciudadanos que forman dicho Estado. ¿No deberíamos hablar de un equipo destinado a lograr el bien del Estado? ¿Un conjunto de personas luchando por gobernar y defender los derechos de sus ciudadanos? Resulta curioso como percibo una realidad perfectamente opuesta, donde cada miembro de la jerarquía se encuentra orientado hacia intereses bien diversos.

Probablemente sea mi ignorancia la que motiva estas dudas, ya que la inmensa mayoría de la sociedad parece vivir feliz en un entorno hostil donde los partidos políticos, cual equipos deportivos, son apoyados y defendidos a ultranza sean cuales sean su acciones y/o errores, así como odiados desde el frente opuesto, con la misma sinrazón.

Un ejemplo más de este monumental despropósito es la figura de la Oposición, conjunto de expertos políticos que pese a no ser elegidos por la mayoría, cuentan con el suficiente número de votos en su favor como para que sea necesario que trasladen la opinión de sus representados (no me gusta usar la palabra “seguidor” dado que se aleja del concepto original) con el fin de ayudar al gobierno electo en la toma de determinadas decisiones.

Por tanto, cada vez más, me descubro en un estado complejo de rebeldía e indignación, en el cual la impotencia me domina al ver que me encuentro representado por personas que no piensan como yo, ni hacen por intentarlo, y lo que es peor, no solo no puedo renunciar a este servicio que varios como yo decidieron crear algún día, sino que dependo de ellos hasta el punto de que no soy nada si ellos no me permiten serlo.

Es por ello, que cual ex pareja despechada que decide borrar y eliminar todo rastro de su apasionada y fallida relación, me planteo firmemente retirar la citada expresión, políticamente correcto, de mi vocabulario cotidiano, ya que en la actualidad no sé realmente si puede llegar a tener algún sentido emplearlo.

¿Qué relación hay entre lo que es correcto para la política, y lo que es correcto para mi? Es por ello que no acabo de vislumbrar hasta qué punto lo políticamente correcto, es aquello considerado justo o adecuado en la conciencia ciudadana.