lunes, 21 de noviembre de 2011

La disociación

La disociación, la clave de la mayor parte de los problemas.

El dinero no es más que un pagaré emitido por un banco. Para evitar robos los comerciantes empezaron a emitir cartas de compromiso de pagos futuros (pagarés) respaldados por su patrimonio y solvencia, evitando así cargar en el mercado con cantidades importantes de oro (valor referencia entonces). Con el tiempo los bancos asumieron dicha función y en Europa posteriormente los estados a través de los Bancos Centrales. Hoy ya no existe tal garantía o respaldo en oro. El dinero se sujeta a las leyes de mercado, vale lo que la ley de oferta (del banco central que lo emite) y la demanda (los demás bancos demandan) marca.

Por otro lado, las sociedades mercantiles, son personas jurídicas. Una persona jurídica no es más que una ficción, por la cual la asociación de un numero de personas físicas (reales) que comparten un legítimo ánimo de lucro, pasa a tener la consideración de persona independiente de sus integrantes, con capacidad para obligarse y para ser titular de derechos.

Se crearon para que el emprendedor pudiese emprender sin que le coartase el miedo a perder lo que hasta ese momento había consolidado, limitando el riesgo que asumía a la inicial aportación a la sociedad, eso sí, a cambio de las correspondientes acciones o participaciones. Y eso está bien, pues son bases y normas del juego que conocemos antes de operar con una sociedad, cuya solvencia viene determinada por la cifra del capital social, que es un dato público.

Pues bien, explicado lo anterior, hay que decir que el problema viene cuando hemos interiorizado tanto ambas ficciones que se nos olvida que el dinero no es más que un medio de pago y que al final son las personas integrantes las que forman las sociedades, las que deciden y las que en el fondo son responsables de las consecuencias, aceptando que el dinero genere dinero sin producir nada en realidad y perdonándoles a las personas que dirigen esas entidades no sólo la responsabilidad patrimonial, sino también su responsabilidad moral, porque acabamos culpando al ente ficticio del mal y no a las personas que tomaron las decisiones.

Cuando se habla de los mercados financieros se nos olvida que en realidad los mercados son en realidad un relativamente reducido número de personas, que fundaron o son propietarios de un número algo más amplio de sociedades que a su vez tienen un gran número de filiales (bancos y hedge founds), que siguiendo sus directrices especulan con lo que algunos diligentemente producen.

La mayoría de hedge found, tienen entre su accionariado a múltiples entidades financieras, de las que son socias o partícipes a su vez diversas sociedades o entidades cuyo único titular final son un determinado grupo reducido de personas que se escudan en esos entramados societarios, que hacen suyo el  beneficio de especular y que luego socializan las pérdidas. Tan pocos son que, de hecho, cuando el Congreso de los EEUU quiso ponerle cascabel al gato, cito a declarar a tan sólo cinco gestores de los hedge founds más grandes y millonarios (http://es.wikipedia.org/wiki/Fondo_de_inversi%C3%B3n_libre)

Cuando un directivo de una entidad sale en los medios de comunicación, opinando sobre lo que habría que hacer o no y sembrando dudas sobre una empresa o estado, suele prestársele atención en base a sus méritos personales y su capacitación profesional, como si opinase objetivamente, como si fuese ajeno a todo, pero se nos olvida que tiene un interés directo a través de las entidades para las que trabaja, que no son más que una careta para su propia persona. Si ha ordenado a sus entidades apostar contra un estado y siembra dudas sobre dicho estado, está mirando por sus intereses, algo que ya se hace con total impunidad, pero que no deberíamos permitir.

¿Tiene lógica que el zorro diseñe la valla que protege el rebaño?

Por el mismo motivo cuando se habla de que una entidad ha repartido bonus o ha incrementado el salario de los directivos, bajo la justificación de que hay que evitar fugas de talento, no nos chirría. Ni siquiera en épocas como la actual, en las que los bancos están teniendo pérdidas. Pérdidas que son consecuencia de créditos otorgados incumpliendo directrices elementales a quienes luego han cuidado de esa persona o directivo que le consiguió el apoyo financiero.

Nuestro cerebro no alcanza a  sustituir el nombre de la entidad por el de los propios directivos que, en realidad, se han repartido el beneficio de la entidad, bajo la excusa de evitarse a sí mismos la tentación de marcharse (¿?¿?¿?) y en agradecimiento por la  gestión que hacen, que en realidad ha sido realizada en perjuicio de sus accionistas y de la propia entidad, mirando por su privado beneficio y causando pérdidas millonarias.

Nuestro cerebro no alcanza a entender que el banco cuando le dio un crédito “kamikaze” a un empresario o empresa con escasa probabilidad de éxito, en realidad lo que ocurría era que una determinada persona real, con intereses propios, abusando de su posición, estaba comprando futuros favores.

Así se explica que personas que eran directivos de Goldman Sachs y otras entidades que provocaron esta gran crisis, a través de la creación de “productos financieros basura”, sean ahora nombrados como “salvapatrias” sin que a nadie le dé un ataque de ira.

Porque no se entiende como alguien que era directivo de una entidad que realizó abusos hasta hundirse, forzando la intervención del estado (http://www.cnnexpansion.com/negocios/2009/07/22/goldman-sachs-se-libera-de-rescate), que invirtió impuestos públicos en evitar la debacle del sistema, puede ahora ser designado como presidente de un país, para salvarle de una situación por él y sus compañeros.

Un ejemplo:


Internacional – 17 de noviembre de 2011:

<<El banco más rentable de la historia de Wall Street, Goldman Sachs, ha explicado en un informe dedicado a la situación italiana que si finalmente el país designa un Gobierno de tecnócratas con un líder que goce "de personalidad externa y capaz" para gestionar la crisis, la especulación creada en torno al país mediterráneo descendería a gran velocidad. Uno de los nombres que se barajan para el puesto es Mario Monti, que precisamente trabajó para la entidad estadounidense como asesor internacional.>>

Eso es lo que en el resto del mundo se conoce como chantaje. Se lo traduciré: “Hasta que no pongas a mi amigo y persona de confianza, el Sr. Monti, a dirigir Italia para que pueda tomar las decisiones que me interesan, no voy a dejar de especular contigo y de ganar dinero a tu costa.”

Me considero a favor del gobierno de los tecnócratas, pero siempre que sean tecnócratas elegidos por sus méritos de forma democrática.

No me puedo contentar ni tolerar con el gobierno de los tecnócratas impuestos por sus desméritos y en base al más burdo de los chantajes, por quienes han provocado la ruina de muchas empresas y familias, en lo que es un GOLPE DE ESTADO. Me niego a que las personas reales, que han causado esta debacle económica, que a posteriori se han hecho de oro con cargo a las recapitalizaciones de los estados (a entidades que recordemos les pagan a ellos sueldos millonarios) me impongan ahora quien me representa.


jueves, 17 de noviembre de 2011

Entre héroes y avatares


Avatar se define como un cambio o vicisitud, sin embargo, en el hinduismo se refiere a un representante divino enviado por los dioses. Pues bien, ninguna de estas opciones es la que motiva este escrito. Me dirijo a vosotros a raíz de la película Avatar, para introducirme en el arte del celuloide y escrutar los auténticos entresijos del cine.

Avatar, como decía, más allá de la superproducción, de los efectos especiales, y la interminable imaginación que describe y configura cada fotograma; nos presenta un mundo diferente, una alternativa atractiva y asumible, que esconde una feroz crítica a los valores que imperan en nuestra cotidianeidad. No hablo de los tan usados valores del amor, la amistad y la valentía (ausentes en muchos casos), sino de una filosofía de vida en paz con su contexto, con sus iguales y con aquellos que difieren. Una cultura capaz de valorar aquello de lo que dispone, sin ansiar lo que no posee. Una apología a la felicidad más sencilla y sutil.

Muchos se quedan con el mensaje patriótico y heroico de sus protagonistas, otros ahondan hasta descubrir los sentimientos que los guían, pero lo que realmente es una novedad, es la fuerza adquirida por el perdón.

En películas como El fuego de la venganza, 300, o Un ciudadano ejemplar (en mi opinión, obras de arte) se potencia el odio y la satisfacción que implica la venganza. Pero es en películas como El libro negro, ambientada en la Holanda ocupada por los nazis, donde se desmaquilla la realidad, y se muestra el lado más salvaje de nuestros “héroes”, la cara “B” de la historia. No hay héroes sin villanos, ni villanos sin héroes. Y es ese equilibrio el que fluctúa y se balancea, alternando los papeles según se analice la situación y desde donde sea observado. Esta película lo hace desde dentro, desde el núcleo mismo de ese equilibrio, observando objetivamente el movimiento de la balanza. Esta película muestra el raído tema del odio y del enemigo desde un punto de vista cambiante. Nos revela esa segunda identidad. Curiosamente nos aleja de los conceptos de héroe y villano al mostrarnos sus semejanzas y coincidencias. Nos atrae ambos conceptos a su origen mismo, nos muestra su lado más “humano”.

Sí, esa humana tradición de venganza, esa humana perversión que reacciona de forma newtoniana ante una acción, con otra reacción de igual intensidad pero de sentido contrario. Luchamos contra un objetivo común como víctimas, para convertirnos en su verdugo.

¿Qué nos lleva a olvidar tan pronto los motivos últimos de nuestra rebelión? ¿Cómo podemos devolver tan semejantes atrocidades una vez sufridas? ¿Por qué seremos tan humanos para determinadas cosas, y tan coherentes para otras?

Esta, quizás, es la principal virtud de la película de James Cameron, mostrar una sociedad alternativa capaz de perdonar, dispuesta a disfrutar de su entorno y respetarlo por encima de todo, aceptando sus limitaciones y fomentando una convivencia natural y coherente. El resto, un alarde de técnica y estilo que maquilla con sublime elegancia.

martes, 8 de noviembre de 2011

“Debate electoral”


Seré breve, me resulta vergonzoso no sólo asistir a un espectáculo tan lamentable, sino peor aún, ser parte de ello.

¿Cómo se puede hablar de una nación sin hacer la más mínima referencia a ella? Sí, en todo momento, se ha utilizado a la sociedad para decorar sus discursos electorales, pero ninguno ha tenido la valía necesaria para afrontar una realidad evidente y molesta, la desconexión existente entre políticos y ciudadanos.

La conclusión de ambos candidatos, aún sigo sin entender porque son sólo dos, parece obtenida de un manual descontextualizado y atemporal. Uno nos propone su partido como solución, ante la acumulación infinita de experiencia y aptitudes, qué lastima que no hayan podido ustedes participar cuando han tenido la oportunidad como líderes de la oposición. Eso sí, me anima saber que en sólo un mes han podido alcanzar esta sabiduría. Así es como debería funcionar la educación. No olvidemos tampoco, lo fácil que resulta acabar con el paro desde la silla en la que se sienta. Cuán diferente debe ser la silla que le otorgaron en el Congreso.

El otro nos insta al voto y a confiar en la democracia, ¿pero se ha planteado el por qué no queremos votar? ¿Han reflexionado acerca de la lamentable situación en la que vivimos, donde los representantes no tienen a quien representar? Se lo diré, no creemos en ustedes. Y lo peor es que lejos de preocuparle, nos siguen empleando para añadir una componente social a todas sus iniciativas. Ojalá ese interés social desembocara en una atención a las peticiones y desencantos de esa sociedad, por variar. Efectivamente la indiferencia no ayuda, pero me gustaría que se aplicaran el cuento y afrontaran nuestras inquietudes.

Podría dedicar una noche completa a mostrar mi decepción por este debate, pero prefiero resumirlo en que una vez más, la única nación que he visto reflejada es la que deciden adjuntar a sus discursos populistas y carentes de contenido. Crear trabajo es algo que va más allá, de la simple unión de palabras. Fomentar la igualdad de oportunidades, representa mucho más que añadir los términos social o público a cada ámbito a debatir.

Señores, me limito a decir, que es extremadamente triste tener que irme a la cama con la sensación de que acabo de perder cerca de dos horas de mi vida en escuchar a gente que no dedica ni cinco minutos a escucharme a mí, cuando, lo más importante, son ellos los que se supone que son elegidos para servirme y representarme a mí y no lo contrario. Voy a emplear mejor mi tiempo en intentar formarme como persona para enfrentarme a las múltiples dificultades que ustedes se han empeñado en ofrecerme.

¡Enhorabuena! Han vuelto a superarse, desvirtuar un nuevo concepto, el del debate electoral y democrático. Sigan así, y este país podrá presumir de ser el único carente de principios y valores, gracias a la representación “políticamente correcta” de sus dirigentes.

Un saludo y gracias.

lunes, 31 de octubre de 2011

Homenaje a un grande


Como principiante en esto del escribir, no me avergüenza reconocer mi admiración hacia aquellos que, mucho antes que yo, decidieron explorar este bello arte y permitir al resto de humanos disfrutar de otro de los grandes placeres de esta vida, el leer.

Imagino que cada uno habrá pensado en un autor concreto al enfrentarse al párrafo anterior. Posiblemente, alguno que otro, haya, incluso, coincidido conmigo. Sin embargo, sea quien sea a quien les haya recordado, de lo que estoy seguro es de que no hay mayor homenaje que puedan brindarle. Es por ello, que aprovecho hoy para reconocer los méritos de aquel que me inspiró a escribir, por poco que esto pueda llegar a enorgullecerle.

En mi caso es, Don Arturo Pérez-Reverte, aquel auténtico sinvergüenza maleducado, que lejos de resultar pedante, nos deleita cada semana con su más sincera opinión, le moleste a quien le moleste. Ese es el tipo de escritor al que admiro, ese capaz de decir lo que piensa sin preocuparse más allá. Sí, evidentemente, todos tenemos que comer. Y en este sentido, no hay excepciones. En el trabajo, la prioridad es ganarnos el pan. Por muy rebelde y polémico que uno pueda ser, su límite es siempre bastante claro y evidente, no arruinarlo todo y poner en peligro su bienestar. Pues bien, con Arturo, si se me permite la confianza, he llegado a dudar de dicha máxima. A veces parece no importarle lo más mínimo, todo lo que no sea escribir, y sobre todo, transmitir su verdad.

Evidentemente, no me planteo copiar a un maestro, me vale con aprender lo posible de él y pensar que algún día, alguien escribirá algo así sobre mí. O, quien sabe, quizá el propio homenajeado, me devuelva el detalle. Pero no se asuste, maestro, no le escribo para adularle, dorarle la píldora o mendigar su reconocimiento. Es un homenaje sincero, más a mí mismo que a usted. Como le decía, algún día me gustaría recibir un artículo así sobre mí, de ahí que pensara que para ello, debía ser el primero en hacerlo. Por aquello de dar ejemplo, ¿sabe usted?

La verdad es que ahora entiendo como alguien puede dedicar su vida a esto. La primera vez que me senté frente a mi ordenador, no creo poder decir que me sintiera realmente orgulloso de mí mismo, más bien fue una solución desesperada ante la frustrante situación que me veo obligado a vivir. Una realidad, que lejos de agradarme, me revuelve el estómago cual alimento caducado. Esa sensación que tantos hemos podido sufrir en estos últimos tiempos, que hemos compartido en cada tertulia familiar y cada discusión fortuita. Esa queja derrotada, ausente de fe, sin la más mínima intención de hacer algo al respecto. Sin embargo, un día te levantas más incendiario de la cuenta, y decides que es el día, el día de ponerte el mundo por montera y decir todas las barbaridades que te pasan por la cabeza. Lo más curioso es que tan radical reacción, puede llegar a ser, el principio del cambio, un auténtico punto de inflexión. Este hecho aparentemente lleno de ira y frustración, es más bien el primer paso hacia una crítica constructiva, una esperanza de cambio, una ilusión por mejorar. Si todos dijéramos lo que pensamos abiertamente, desde el respeto, probablemente nos sería más fácil detectar lo que no nos gusta y lo que realmente queremos. Pero claro, nos frena la desidia y la comodidad que nos ofrece el permanecer impasibles ante la injusticia, el placer de mirar hacia otro lado.

Por eso les digo: necesitamos más impresentables como yo, atrevidos como Pérez-Reverte, dispuestos a mostrar su verdad, por desgraciada o macarra que pueda parecer. Pues, en el peor de los casos, sabremos con quien no compartimos nuestra manera de pensar, lo cual supone un gran avance hacia el descubrimiento de nuestra verdadera opinión, aquella con la que estamos completamente de acuerdo, y por la que estaremos dispuestos a luchar.

Permítame que emplee una de sus últimas historias para resumir este artículo: me planto frente a usted, como lo haría Canelo en mitad del campo de batalla, para mirarle desafiante desde el lado opuesto de la contienda, sabedor de mi inferioridad, y pese a ello, invitarle a participar de esta iniciativa cultural que nos empeñamos en defender con uñas y dientes, pese a, quizá, lo descabellado de la idea. Queremos promocionar la cultura, pero no la cultura comercial, sino la cultura real, natural, aquella libre de colorantes y conservantes, recién sacada de nuestras cabezas para motivar a aquellos pocos que decidan seguirnos, a activar su industria de opiniones y deleitarnos con sus posibles locuras. Opiniones anónimas regaladas al colectivo, ausentes de todo rastro de individualidad codiciosa. Se trata de ofrecer un papel en blanco para aquellos que tengan algo que decir, o un papel repleto de ideas para aquellos que se molesten en aprender. Es por ello que le invito, más bien le reto, a olvidar su ajetreado día a día para dedicar unos segundos a este proyecto y recoger el guante.

A aquellos que aún sigan leyendo, decirles que no hay nada de malo en reconocer o agradecer una determinada ayuda, por involuntaria que pueda ser. No creo que nadie se atreva a negar, que son estos pequeños detalles los que nos invitan a seguir. Por mi parte, cada comentario, crítica, lector satisfecho, o seguidor incondicional, es lo que me anima a continuar intentándolo, a perseverar.

Un saludo y gracias.

viernes, 21 de octubre de 2011

Hacer justicia no es ajusticiar desde la injusticia

A mí esto me suena a algo así como la antiviolencia violenta, en definitiva, un ejemplo más de la hipocresía encerrada tras el doble rasero que comanda esta sociedad.

Injusticia: Acción contraria a la justicia / Falta de justicia.

Justicia: Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece / Derecho, razón, equidad.

Ajusticiar: Dar muerte al reo condenado a ella / Condenar a alguna pena.
Tomarse la justicia por su mano: Aplicar por su cuenta una medida o castigo que cree merecidos.
Definiciones obtenidas de la Real Academia Española.

Todos hemos sido testigos de los últimos acontecimientos acaecidos en torno a las revueltas del mundo árabe. Sin duda, hemos presenciado la revolución mediática asociada a tales movilizaciones sociales. Y lo más importante, hemos participado de la euforia y alegría desmesurada que ha conllevado la muerte de determinados dirigentes, considerados, a todos los efectos, enemigos públicos.

Pues bien, lejos de entrar a valorar la actitud de estos dirigentes, me gustaría plantear una cuestión que me corroe desde hace ya tiempo. ¿De verdad, pensamos que somos mejores que el resto, capaces de juzgar a los demás según nuestras propias creencias, y, además, contradecir nuestros principios para convertirnos en sus iguales? La sociedad debería meditar acerca de estos hechos, objetivizar en lo posible lo ocurrido, y analizar los pros y los contras de esta “nueva” manera de entender la justicia.

¿Cómo puedo juzgar a alguien por las atrocidades que ha cometido, si mi respuesta es la venganza más cruel, acabando con la vida de varias personas para justificar la matanza de un enemigo al que, lejos de someter a la justicia, asesino y humillo públicamente ante la pasividad y, peor aún, la felicidad de los principales dirigentes de este mundo “civilizado”? ¿Qué ejemplo estamos dando? Tal y como yo lo veo, esto es un mensaje de violencia que invita, peligrosamente, a insensatos a maquillar sus asesinatos bajo la protección de la pseudo-justicia que ellos mismos han decretado.

Desde aquí, no se pretende defender las barbaridades que determinados dirigentes han llegado a cometer, sino denunciar las atrocidades que han acabado con ellos y que otros dirigentes, aparentemente más sensatos, no sólo defienden sino que osan a celebrar.

Frases como, es un gran paso para la democracia, me recuerdan inevitablemente a otras manifestaciones recientes, pero radicalmente opuestas. Con motivo del cese definitivo de las armas anunciado en nuestro país, se han leído y escuchado mensajes de optimismo basados en una idea: es el triunfo de la democracia. Sí, pero, ¿cuál de ellas? Cada día entiendo menos lo que esto significa. Esta bipolaridad del término democracia, nos desvela que los dirigentes la conciben como un comodín con connotaciones positivas que puede ser utilizado como fondo de fotografía o como parapeto ante determinadas acciones.

Para mí, la democracia no es algo que se gane o se pierda, sino algo en lo que se cree. Por tanto, como creyente en la democracia más real, me declaro contrario a que se utilice su nombre para amparar un asesinato, sea cual sea su víctima. Una vez más, el fin no justifica los medios. Quiero mantener mis manos limpias y así poder permitirme denunciar a aquellos que no pueden decir lo mismo. De no ser así, ¿quien marcará los límites entre lo que es justo y lo que no? ¿En base a qué criterios se intervendrá en un país para forzar un cambio que beneficie a la sociedad?

Pese a lo que pueda parecer, para mí hoy no es un día de celebración en el mundo árabe, al menos no de una felicidad completa. Creo que es en nuestro país donde podemos sentirnos realmente agradecidos. Sin olvidar lo inquietante que resulta observar dos noticias tan dispares desde el mismo punto de vista. Y lo que es peor, la inseguridad que me genera descubrir que aquellos que deberían imponer la justicia, son los primeros en olvidarse de ella.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La unión hace la fuerza

Más allá del "típico" tópico que se esconde tras esta lapidaria frase, encontramos todo un mensaje de contemporaneidad y concienciación social, dignos de mención.

¿Quién no se ha descubierto alguna vez, en pleno momento de éxtasis y euforia ante un inmenso logro, buscando perplejo una mirada amiga con la que compartir tan indescriptible alegría? ¿Cuántos, ante la búsqueda fallida de compañero de viaje, hemos simplemente ahogado esa explosión de júbilo? Y lo que es peor, todos hemos recreado tan memorable momento de nuestra vida, en infinidad de ocasiones, sólo para conocer la reacción de nuestros interlocutores y permitir con ello revivir tales sensaciones.

Tan humana reacción, debe de estar tatuada en el lomo de nuestras cadenas de ADN. Es por ello que trasladamos esta conducta a todos los ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo, el mundo laboral, no es ajeno a esta tendencia, beneficiándose mediante conceptos como la industrialización, globalización, sinergias o empresas multinacionales.

Determinados sectores fueron más precoces a la hora de asumir estas ideas y embarcarse en lo que muchos llaman desarrollo o evolución. En el mundo de la medicina, la economía o la tecnología, llevan años trabajando en equipos que buscan un bien común. Cada individuo aporta sus virtudes con el fin de alcanzar un resultado global positivo que repercuta en beneficio de todo el grupo.

Otras profesiones y gremios, tradicionalmente más independientes e individualizados, han acabado sucumbiendo ante la inminente aparición de un sistema global. Abogados, ingenieros o electricistas, ven cómo sus equipos se llenan de integrantes de la misma capacitación, en un sistema jerarquizado pero multidisciplinar y numeroso.

Sin embargo, una vez más, la arquitectura parece encontrarse anclada a los cimientos de la profesión, congelada en un pasado idílico y obsoleto que nunca más podrá volver a repetirse. Porque, señores, esa es la principal variante integrada por esta desconcertante crisis. Las reglas del juego han cambiado. La figura del arquitecto solitario, propietario de un estudio personal, está presenciando el ocaso de una vida.

Mientras, años o, incluso, siglos atrás, eran los arquitectos con nombres y apellidos quienes marcaban las pautas a seguir en esta profesión, hoy día son los estudios colectivos o asociaciones de estudios menores los que lideran el panorama internacional. Arquitectos como Le Corbusier, Álvaro Siza o Frank Gehry, se diluyen ante nuevos macroestudios liderados por más de un representante. Entre ellos destacan parejas ilustres como Herzog and De Meuron, o equipos como MVRDV. A nivel nacional, esta transición sigue la estela de sus referentes más allá de nuestras fronteras: Sáez de Oíza, Coderch o Moneo, han dado lugar a equipos como Cruz y Ortiz, Mansilla y Tuñón o EDDEA.

Este cambio generacional y conceptual es aún difuso, pero cada día somos más los que afirmamos que el sistema, tal como lo conocíamos, ha desaparecido. Ya no hay, ni habrá, la cantidad de dinero que hubo, tanta como para permitir infinidad de individuos capaces de enriquecerse. Esto unido a la producción incesante de nuevos profesionales, ha dado lugar a un cambio en el modelo de negocio.

Términos como la especulación deben ser olvidados, y la nueva arquitectura ser entendida como un servicio a los ciudadanos, no como un trampolín hacia la riqueza.

Por tanto, nuevo escenario y nuevos protagonistas. Empresas cada vez más amplias y especializadas, dispuestas a colaborar con sus iguales y concienciadas en cuanto al coste y al valor de sus acciones.

La sociedad se une para reclamar sus derechos y los profesionales se asocian para ampliar su abanico de posibilidades.

Ya sólo falta que los países, administraciones y políticos se unan a tan bella iniciativa.


lunes, 17 de octubre de 2011

La vida en 10 km


El deporte es vida, o, al menos, eso dicen. Supongo que no todos estaréis de acuerdo con esta afirmación, de hecho yo tengo mis dudas, más aún después de verme inmerso en una carrera popular y tras cinco kilómetros de agónica travesía, descubrir perplejo tan jocosa cita impresa en multitud de camisetas de mis sufridos “rivales”.

De lo que no tengo ninguna duda, es de que estas carreras son deporte, lo cual me lleva a plantearme: si el deporte es vida, y las carreras son deporte... ¿son, por tanto estas carreras, vida?

Pues mi respuesta es que no, definitivamente no. Ahora que he formado parte en una de ellas, puedo decirlo: no veo la más mínima similitud o indicio que pudiera sustentar este penoso razonamiento.

Al fin y al cabo, una carrera empieza con una mezcla de sensaciones enfrentadas, rodeado de una gran multitud inexplicablemente eufórica y con la duda acerca de en qué momento decidiste adentrarte en ese mundo, con lo bien que estabas antes, tan plácidamente acostado en la seguridad de tu hogar.

En ese momento, una voz anuncia el inicio de tu nueva vida, un sonido atroz que penetra en tu ser y te golpea desde tus adentros. Ya puedes llorar, sufrir o reírte, la carrera acaba de empezar, y deberás superar los obstáculos que puedan surgir en la distancia existente hasta la línea de meta.

Los primeros kilómetros transcurren entre una marabunta de personas repletas de ilusión y buenas maneras, donde la diversión parece ser el único objetivo común. Todos disfrutan del correr, y regalan sonrisas y gestos amables a sus futuros rivales. No existen diferencias de sexo, color, religión o edad. Todos disfrutamos de este placer. Parece que la inocencia nos oculta la cruda realidad que nos resta aún por vivir.

Todo ello transcurre en un circular tranquilo y agradable, siguiendo la estela de aquellos pocos, avanzados, que ya han pasado antes por ahí, y un grupo de representantes de la ley y el orden que te indican cuál es el camino correcto, el camino a seguir.

Poco a poco, la carrera se va haciendo más dura, o, más bien, tú más debilitado, empiezas a ser consciente de la realidad en la que vives, de lo que aún resta por recorrer y los peligros que ello conlleva. Pese a ello, te escudas en los aún muchos que corren junto a ti, que te animan a continuar, y por supuesto, en esas personas que pese a no conocerte de nada se acercan a la carrera para apoyarte y con pequeños gestos de cariño y alegría desinteresados aumentar tu autoestima y animarte a seguir.

Sin embargo, esta felicidad se ve relegada a un segundo plano conforme la carrera avanza, y el esfuerzo se adueña de tu cuerpo. La gente a tu alrededor ya no desprende ese entusiasmo que te encandiló kilómetros atrás, quizás sea la agonía o la propia carrera en sí, pero ya no te descubres como parte de una multitud sino que cada zancada se convierte en un paso más hacia lo más profundo de tu ser. En tu afán de lucha decides ensimismarte para concentrar todos tus esfuerzos en ti, cada movimiento de tu cuerpo pasa a protagonizar tu mente hasta el punto de aislar toda influencia externa, sois tú y la carrera, nadie te puede ayudar.

Esas amables personas que el azar quiso poner a tu alrededor, ya no parecen estar ahí, y de hecho, en los únicos momentos que distorsionan tu aparente tranquilidad, son percibidos como una posible amenaza, un individuo sospechoso que parece estar criticando tu actuación o, simplemente, deseando que falles para poder reírse de tu desgracia.

La carrera se endurece cada vez más, mientras tu mente se cierra a la par. Solo hay lugar para el vacío, imposible frente a una tendencia negativa que inunda de pensamientos este espacio. ¿Qué hago aquí? ¿Cómo voy a llegar así hasta el final? ¿Merece la pena? ¿Por qué no abandonar? Todo ello, acompañado de ecos externos que penetran tu burbuja de pesimismo y la aumentan peligrosamente, tales como: uff, ahora viene lo peor. Decides aislar esas ideas y recordar el motivo por el cual estás ahí y que pareces haber olvidado. Nadie dijo que fuese a ser fácil. Aprietas los dientes y animas a cada músculo de tu cuerpo a dar un poco más.

Es entonces cuando oyes a un rival decir, ¡vamos, kilómetro 7 ya! La carrera parece que te da un respiro, el recorrido se vuelve más asequible y la gente empieza a emanar cierta empatía de nuevo. Al igual que la negatividad logró apoderarse de todos los participantes kilómetros atrás, ahora es el optimismo quien devuelve el golpe y se aferra al colectivo en un auténtico ejemplo de sinergia. Todos juntos, hemos llegado hasta aquí, podemos hacerlo.

Esa aparente euforia te lanza hacia el kilómetro 9, estás muy cerca. Sólo te queda uno. Si has sido capaz de llegar hasta ahí, ¿por qué no vas a poder terminar?

Desgraciadamente el calor y la carrera han hecho mella en tu cuerpo y parecen ofrecerte una respuesta a tal cuestión. Tu físico ya no responde como antes a las iniciativas de tu mente. El final parece no llegar pese a tenerlo tan cerca. En ese momento, los nuevos incorporados a la carrera, que están ahí para iniciarse en este complejo mundo, con sólo dos kilómetros a sus espaldas, hacen su aparición para demostrarte que efectivamente ya no eres el mismo que empezó la carrera. Estos más de nueve kilómetros han pasado factura, y son estos nuevos participantes

Pero no, hay una parte de ti que sigue en pie de guerra y una vez más te recuerda que estás ahí porque realmente quieres estar. Debes estar, por respeto a todos aquellos que una vez te animaron, porque debes transmitir ese optimismo que tanto anhelas pero que tanto agradeciste en su momento. Ahora, puede que no seas rápido, pero puedes aportar la euforia que te da el saber que has pasado lo más duro y estás ahí. ¡Vamos!

Afrontas un kilómetro con mucho más de mil metros, luchas contra la firme sensación de que el destino está desplazando la meta para alejarla progresivamente de ti. Pero sabes que tú puedes correr más, es momento de disfrutar. Llegas a la recta de meta, se acabaron las preocupaciones, los miedos, ya no hace falta guardar nada para el futuro. Estás donde querías estar. Doscientos metros te separan del final y sabes que es el momento de echar el resto. Todo lo que tengas y parte de lo que te gustaría tener.

Vuelves a alzar la cabeza, orgulloso, sacas pecho y subes el ritmo. No hay dolores, cansancio o negatividad. Vuelves a observar esas caras tan desconocidas y anónimas como alegres, que te animan a seguir. Disfrutas esos instantes mientras en tu mente parece transcurrir un resumen de la carrera, con cada zancada, cada pensamiento y cada cara que la carrera ha puesto ahí para ti. Absorto en esos recuerdos, no te das cuenta de que una leve sonrisa decide romper la barrera que tus labios resecos y tu musculatura facial parecían haber erigido. Te ves fuerte, es tu momento, todo merece la pena sólo por estos doscientos metros. Cada paso es un escalón a la gloria. No dudas en regalar ese entusiasmo a espuertas. Tus rivales vuelven a presentarse como compañeros, miembros partícipes de tan bello acontecimiento.

Acompasas una vez más la respiración, aprietas el ritmo y te embriagas de esa alegría que parece surgir de lo más profundo de cada músculo.

Por fin, la meta. Cruzas esa línea orgulloso, satisfecho por la carrera realizada. Por el aprendizaje que ha supuesto, por la gente con la que lo has podido compartir y por saber que hay otros que han empezado el camino para poder iniciar una próxima carrera.

Y entonces piensas: ¡lo logré! ¡Sí señor! ¡Ya estoy aquí! ¡Ha merecido la pena!...

...Bueno, ¿y ahora qué?

Fdo. Un deportista con ganas de correr, un hombre con ganas de vivir.

P.D. Dedicado a todos aquellos desconocidos que en algún momento de mi vida, han decidido acercarse a mi carrera para apoyarme a través de un simple gesto o, incluso, acciones grandiosas, hacer todo lo posible por animarme a seguir, sin plantearse más allá, sin esperar nada a cambio. ¡Gracias!