El otro día me
daban un dato que no puede más que remover todos tus cimientos: el 98% de los
universitarios no se plantean ni estarían dispuestos a emprender.
En otras
palabras, entre los universitarios que mañana serán la fuerza económica de este
país, existe la convicción de que un 2% de la población activa generará trabajo
para el 98% restante. Y existe además la actitud de no querer aportar nada,
sino que nos lo den todo hecho para poder ganarnos la vida sin muchas complicaciones
ni riesgo, aunque con esfuerzo, eso sí. Ni que decir que es insostenible desde
todo punto de vista.
Esa idea fue
rumiando en mi cabeza y me hizo observar otros aspectos. En las reuniones de
comunidad todo el mundo propone modificaciones estatutarias para poder hacer
las obras que ellos quieren, sin pensar en las consecuencias que tendrá para
los demás vecinos o en las aberraciones que tal “desregulación” puede provocar.
Igualmente,
todos aplaudimos quien consigue evadir impuestos u obtener una prejubilación
injustificable, pero a la vez exigimos los mejores servicios públicos. O
descuidamos el cuidado de menores que no sean nuestros hijos o el auxilio de
ancianos que no guarden parentesco con nosotros.
O más
flagrante aún, intentamos siempre rebajar el coste de los servicios o el
salario de los trabajadores que de nosotros dependen.
En definitiva:
hemos perdido la conciencia del colectivo, del barrio, de la comunidad de
vecinos, del pueblo… Hemos perdido la conciencia de que para que nos vaya bien
a nosotros antes hemos de cuidar de que la situación de los que nos rodean sea
buena, de que para que a nosotros nos ayuden, hemos de ayudar.
Hemos pasado a
adoptar como buena y válida la mentalidad más egoísta, interesada y
cortoplacista posible, aplaudimos el engaño o la habilidad para aprovecharse
del sistema, ridiculizamos las actitudes altruistas, despreciamos el trato
personal con las personas que nos rodean, aislándonos y convirtiéndonos, cada
vez más, en personas más aisladas y solitarias, y por extensión, más
individualistas y/o egoístas. Y no consideramos las consecuencias de nuestros
actos más allá del presente más inmediato.
Así, hemos
descuidado: el conocimiento de los que nos rodean, cosa que nos permitiría
ayudarles con cosas que a lo mejor no nos suponen nada; hemos descuidado la
supervisión de la educación de los menores cuando no están ni en casa ni en la
escuela, posibilitando bandas y auténticas aberraciones; hemos olvidado que los
que nos compran y pagan, son los mismos a los que compramos y pagamos y que si
les asfixiamos económicamente, nos asfixiaremos nosotros; hemos olvidado que
para que podamos estar tranquilos por nuestros mayores, alguien deberá
preocuparse no sólo por sus ancianos, sino por los nuestros; y que para que
haya trabajo han de existir empresarios y empresas, gente que arriesgue y se sacrifique
para generar riquezas, de lo contrario dependeremos de empresas extranjeras
para trabajar y esas sí que tienen conciencia de cuales son sus intereses, de
donde vienen y donde revertirá el dinero que aquí ganen.
Cuando un
promotor construye un edificio, ha ganado dinero, sí, pero ha generado un
espacio para que muchas personas vivan, ganándoselo, sí, pero haciendo posible
que tengan donde vivir. Igualmente ha generado trabajo para el sector de la
construcción, arquitectos y negocios de la zona que han facilitado materiales y
comida a dichos trabajadores. Pero más allá, ha generado un espacio donde en el
futuro otra persona podrá comenzar con otro negocio como un gimnasio o SPA, que
dará trabajo a algunas familias (que a su vez demandarán servicios que
requerirán más trabajo) y que permitirá a la gente de la zona mejorar su salud
y disfrutar, pagándolo, de unas instalaciones que antes no existían.
Por el
contrario, cuando demonizamos al empresario, conseguimos un paro que está
haciendo que le regalemos a países como Alemania trabajadores muy cualificados,
cuya formación nos ha costado a todos dinero y recursos, desarraigando familias
y facilitando la desestructuración de las familias, colectivo indispensable en
nuestra sociedad.
Cuando en las
comunidades de propietarios se exprime a las empresas proveedoras, provocamos
el consiguiente ajuste de salarios y plantilla. Una plantilla formada por
personas que a su vez viven en otras comunidades y que verán como han de
reajustar sus presupuestos apretando más a sus proveedores, entrando en un
bucle infinito de contracción y destrucción de lo conseguido hasta ahora.
El avance es
una rueda que sólo gira si todos somos conscientes de cual es nuestro papel en
ella. Todos podemos hacer la vida de los demás más sencilla y entonces la
nuestra nos la harán más sencilla. La rueda, ese ciclo de avance necesario y
deseado, sin embargo, se rompe con que uno sólo de los que recibe deje de dar y
los demás lo toleremos y aceptemos como válido.
No hay futuro
para esa mentalidad, los altruistas y trabajadores no podemos ser cobardes o
conformistas, no podemos ser cómplices de quienes se aprovechan del sistema sin
la menor intención de hacer por sostener este estado de avance y bienestar.