domingo, 8 de enero de 2012

Un domingo cualquiera


Este ocioso y festivo día suele comenzar como todos, inmerso en una nebulosa somnolienta que nos impide abrir los ojos con facilidad y nos permite avanzar en el bello arte de la auto-negociación, esa capacidad innata para convencer a nuestro cuerpo de que la mejor opción con la que cuenta es permanecer entre las cálidas sábanas que nos arropan cual vestido a medida.

Sin embargo, hubo una época de mi vida, en la cual estos días comenzaban con algo más, un mensaje, un simple gesto repleto de cariño y generosidad.

Buenos días, ¿venís a comer?

Sencillo pero contundente. Directo a la vez que sutil. Una oferta sin igual, realizada desde la humildad de quien ignora lo preciado de su oferta: un bien indescriptible, impagable e incomparable a todos los efectos (priceless que dirían algunos).

Pues bien, ese simple mensaje marcaba el inicio de una nueva semana, así como el final de la anterior, representaba un punto de inflexión marcado por los múltiples tesoros culinarios aderezados con una pizca de cultura, un buen puñado de risas y una jartá de cariño.

Un rincón familiar, alejado del nido. Un regalo del destino que recuerda lo importante de estar rodeados de aquellos seres queridos que nos alegran cada día. En muchos casos, como es este, miembros de una familia no sanguínea, sino creada mediante lazos más íntimos y complejos. Un parentesco fruto de la convivencia, más que una convivencia forzada por el parentesco. Una relación diferente pero no por ello menos consolidada.

Prueba de ello es que me encuentre hoy aquí, dispuesto a homenajear aquellos maravillosos domingos, ocultos tras un velo de cotidianeidad y aparente normalidad. Días que enseñan a valorar a esas pocas personas capaces de dar sin pedir nada a cambio, ofrecer pese a no tener por qué hacerlo. Personas dispuestas a abrirte las puertas de su casa para no volver a cerrarlas nunca.

Sin duda, me siento un verdadero privilegiado de haber podido formar parte de tan divertidas reuniones, en las cuales la juventud y la experiencia se mezclaban en un cocktail de humor y buena comida. Conversaciones sinceras, interesantes e ingeniosas.

¿Por qué recordar esto ahora? Por nada en especial, de hecho no es hoy, sino hoy también. La única diferencia, es que hoy he decidido que era un buen momento para expresar mi gratitud a través del repiqueteo de teclas que transfiere mis sentimientos más íntimos y personales hacia todos aquellos que deseen compartirlos conmigo. Pero, sin duda, se trata de un reconocimiento más que merecido a una época pasada pero infinita, inmortal. Todos los que algún día pudimos sentirnos participes de esta inolvidable experiencia sabemos que no podrá volver a repetirse, nos falta el astro sobre el cual orbitar, la clave de aquel edificio llamado hogar. Afortunadamente, cada recuerdo se tiñe del brillo de las sonrisas con que se iluminaban aquellas reuniones entre amigos, aquellas comidas en familia.

Hace algunos años, por estas fechas, hubiésemos emprendido nuestro tradicional viaje en busca del obsequio navideño con que adornar la estancia y agradecer a la anfitriona su hospitalidad. El trayecto por el cual encontrar la tradicional Flor de Pascua (“Pascuero” para los amigos), esa bella planta que lográbamos desprestigiar año tras año, con cada nuevo regalo, encontrando siempre el ejemplar menos agraciado.

Este año, no hemos recurrido a tal obsequio, que hace años dejó de tener sentido para mí. Sin embargo, me gustaría recuperar tal espíritu a través de esta nueva modalidad de presente, menos ornamental pero confío que más duradera.

Es por ello, que me siento hoy para decir:

¡LO SIENTO!

Siento no haber podido estar allí el último día, siento no haberte despedido como merecías, siento no haber abrazado a los tuyos como míos que son. Pero lo más importante, siento no haber podido dedicarte por ultima vez, una de las múltiples sonrisas que aún te debo. Pues esta es la única tristeza que puedo asociar a tu imagen, y desde luego no tiene nada que ver contigo, sino con ese cúmulo de circunstancias que me alejaron de aquel importante instante.

Pero no es este el mensaje con que me gustaría empezar este día, sino con uno bastante más parecido al que precedió cada celebración familiar:

¡GRACIAS!

Gracias por todo esto y mucho más, todo aquello que mi torpeza y falta de riqueza verbal me impiden expresar en palabras. Gracias por invitarnos a tu casa y dejarnos aportar nuestro pequeño granito de arena a la felicidad que inundaba cada almuerzo.

Si sirve de algo, decir que hay detalles que no se olvidan, y por más domingos que puedan pasar, no me cansaré de recordar, desde el más profundo agradecimiento y admiración, cada uno de esos domingos, cualquiera de ellos.





2 comentarios:

  1. Esto me ha recordado a muchos domingos sevillanos disfrutando de ricos almuerzos en un apartamento en el barrio de los remedios.
    Yo también debo un gran lo siento y un millón de gracias por aquellos almuerzos.

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  2. no podrías haberlo descrito mejor. Siempre tendré sed de esos dommingos

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