lunes, 31 de octubre de 2011

Homenaje a un grande


Como principiante en esto del escribir, no me avergüenza reconocer mi admiración hacia aquellos que, mucho antes que yo, decidieron explorar este bello arte y permitir al resto de humanos disfrutar de otro de los grandes placeres de esta vida, el leer.

Imagino que cada uno habrá pensado en un autor concreto al enfrentarse al párrafo anterior. Posiblemente, alguno que otro, haya, incluso, coincidido conmigo. Sin embargo, sea quien sea a quien les haya recordado, de lo que estoy seguro es de que no hay mayor homenaje que puedan brindarle. Es por ello, que aprovecho hoy para reconocer los méritos de aquel que me inspiró a escribir, por poco que esto pueda llegar a enorgullecerle.

En mi caso es, Don Arturo Pérez-Reverte, aquel auténtico sinvergüenza maleducado, que lejos de resultar pedante, nos deleita cada semana con su más sincera opinión, le moleste a quien le moleste. Ese es el tipo de escritor al que admiro, ese capaz de decir lo que piensa sin preocuparse más allá. Sí, evidentemente, todos tenemos que comer. Y en este sentido, no hay excepciones. En el trabajo, la prioridad es ganarnos el pan. Por muy rebelde y polémico que uno pueda ser, su límite es siempre bastante claro y evidente, no arruinarlo todo y poner en peligro su bienestar. Pues bien, con Arturo, si se me permite la confianza, he llegado a dudar de dicha máxima. A veces parece no importarle lo más mínimo, todo lo que no sea escribir, y sobre todo, transmitir su verdad.

Evidentemente, no me planteo copiar a un maestro, me vale con aprender lo posible de él y pensar que algún día, alguien escribirá algo así sobre mí. O, quien sabe, quizá el propio homenajeado, me devuelva el detalle. Pero no se asuste, maestro, no le escribo para adularle, dorarle la píldora o mendigar su reconocimiento. Es un homenaje sincero, más a mí mismo que a usted. Como le decía, algún día me gustaría recibir un artículo así sobre mí, de ahí que pensara que para ello, debía ser el primero en hacerlo. Por aquello de dar ejemplo, ¿sabe usted?

La verdad es que ahora entiendo como alguien puede dedicar su vida a esto. La primera vez que me senté frente a mi ordenador, no creo poder decir que me sintiera realmente orgulloso de mí mismo, más bien fue una solución desesperada ante la frustrante situación que me veo obligado a vivir. Una realidad, que lejos de agradarme, me revuelve el estómago cual alimento caducado. Esa sensación que tantos hemos podido sufrir en estos últimos tiempos, que hemos compartido en cada tertulia familiar y cada discusión fortuita. Esa queja derrotada, ausente de fe, sin la más mínima intención de hacer algo al respecto. Sin embargo, un día te levantas más incendiario de la cuenta, y decides que es el día, el día de ponerte el mundo por montera y decir todas las barbaridades que te pasan por la cabeza. Lo más curioso es que tan radical reacción, puede llegar a ser, el principio del cambio, un auténtico punto de inflexión. Este hecho aparentemente lleno de ira y frustración, es más bien el primer paso hacia una crítica constructiva, una esperanza de cambio, una ilusión por mejorar. Si todos dijéramos lo que pensamos abiertamente, desde el respeto, probablemente nos sería más fácil detectar lo que no nos gusta y lo que realmente queremos. Pero claro, nos frena la desidia y la comodidad que nos ofrece el permanecer impasibles ante la injusticia, el placer de mirar hacia otro lado.

Por eso les digo: necesitamos más impresentables como yo, atrevidos como Pérez-Reverte, dispuestos a mostrar su verdad, por desgraciada o macarra que pueda parecer. Pues, en el peor de los casos, sabremos con quien no compartimos nuestra manera de pensar, lo cual supone un gran avance hacia el descubrimiento de nuestra verdadera opinión, aquella con la que estamos completamente de acuerdo, y por la que estaremos dispuestos a luchar.

Permítame que emplee una de sus últimas historias para resumir este artículo: me planto frente a usted, como lo haría Canelo en mitad del campo de batalla, para mirarle desafiante desde el lado opuesto de la contienda, sabedor de mi inferioridad, y pese a ello, invitarle a participar de esta iniciativa cultural que nos empeñamos en defender con uñas y dientes, pese a, quizá, lo descabellado de la idea. Queremos promocionar la cultura, pero no la cultura comercial, sino la cultura real, natural, aquella libre de colorantes y conservantes, recién sacada de nuestras cabezas para motivar a aquellos pocos que decidan seguirnos, a activar su industria de opiniones y deleitarnos con sus posibles locuras. Opiniones anónimas regaladas al colectivo, ausentes de todo rastro de individualidad codiciosa. Se trata de ofrecer un papel en blanco para aquellos que tengan algo que decir, o un papel repleto de ideas para aquellos que se molesten en aprender. Es por ello que le invito, más bien le reto, a olvidar su ajetreado día a día para dedicar unos segundos a este proyecto y recoger el guante.

A aquellos que aún sigan leyendo, decirles que no hay nada de malo en reconocer o agradecer una determinada ayuda, por involuntaria que pueda ser. No creo que nadie se atreva a negar, que son estos pequeños detalles los que nos invitan a seguir. Por mi parte, cada comentario, crítica, lector satisfecho, o seguidor incondicional, es lo que me anima a continuar intentándolo, a perseverar.

Un saludo y gracias.

viernes, 21 de octubre de 2011

Hacer justicia no es ajusticiar desde la injusticia

A mí esto me suena a algo así como la antiviolencia violenta, en definitiva, un ejemplo más de la hipocresía encerrada tras el doble rasero que comanda esta sociedad.

Injusticia: Acción contraria a la justicia / Falta de justicia.

Justicia: Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece / Derecho, razón, equidad.

Ajusticiar: Dar muerte al reo condenado a ella / Condenar a alguna pena.
Tomarse la justicia por su mano: Aplicar por su cuenta una medida o castigo que cree merecidos.
Definiciones obtenidas de la Real Academia Española.

Todos hemos sido testigos de los últimos acontecimientos acaecidos en torno a las revueltas del mundo árabe. Sin duda, hemos presenciado la revolución mediática asociada a tales movilizaciones sociales. Y lo más importante, hemos participado de la euforia y alegría desmesurada que ha conllevado la muerte de determinados dirigentes, considerados, a todos los efectos, enemigos públicos.

Pues bien, lejos de entrar a valorar la actitud de estos dirigentes, me gustaría plantear una cuestión que me corroe desde hace ya tiempo. ¿De verdad, pensamos que somos mejores que el resto, capaces de juzgar a los demás según nuestras propias creencias, y, además, contradecir nuestros principios para convertirnos en sus iguales? La sociedad debería meditar acerca de estos hechos, objetivizar en lo posible lo ocurrido, y analizar los pros y los contras de esta “nueva” manera de entender la justicia.

¿Cómo puedo juzgar a alguien por las atrocidades que ha cometido, si mi respuesta es la venganza más cruel, acabando con la vida de varias personas para justificar la matanza de un enemigo al que, lejos de someter a la justicia, asesino y humillo públicamente ante la pasividad y, peor aún, la felicidad de los principales dirigentes de este mundo “civilizado”? ¿Qué ejemplo estamos dando? Tal y como yo lo veo, esto es un mensaje de violencia que invita, peligrosamente, a insensatos a maquillar sus asesinatos bajo la protección de la pseudo-justicia que ellos mismos han decretado.

Desde aquí, no se pretende defender las barbaridades que determinados dirigentes han llegado a cometer, sino denunciar las atrocidades que han acabado con ellos y que otros dirigentes, aparentemente más sensatos, no sólo defienden sino que osan a celebrar.

Frases como, es un gran paso para la democracia, me recuerdan inevitablemente a otras manifestaciones recientes, pero radicalmente opuestas. Con motivo del cese definitivo de las armas anunciado en nuestro país, se han leído y escuchado mensajes de optimismo basados en una idea: es el triunfo de la democracia. Sí, pero, ¿cuál de ellas? Cada día entiendo menos lo que esto significa. Esta bipolaridad del término democracia, nos desvela que los dirigentes la conciben como un comodín con connotaciones positivas que puede ser utilizado como fondo de fotografía o como parapeto ante determinadas acciones.

Para mí, la democracia no es algo que se gane o se pierda, sino algo en lo que se cree. Por tanto, como creyente en la democracia más real, me declaro contrario a que se utilice su nombre para amparar un asesinato, sea cual sea su víctima. Una vez más, el fin no justifica los medios. Quiero mantener mis manos limpias y así poder permitirme denunciar a aquellos que no pueden decir lo mismo. De no ser así, ¿quien marcará los límites entre lo que es justo y lo que no? ¿En base a qué criterios se intervendrá en un país para forzar un cambio que beneficie a la sociedad?

Pese a lo que pueda parecer, para mí hoy no es un día de celebración en el mundo árabe, al menos no de una felicidad completa. Creo que es en nuestro país donde podemos sentirnos realmente agradecidos. Sin olvidar lo inquietante que resulta observar dos noticias tan dispares desde el mismo punto de vista. Y lo que es peor, la inseguridad que me genera descubrir que aquellos que deberían imponer la justicia, son los primeros en olvidarse de ella.

miércoles, 19 de octubre de 2011

La unión hace la fuerza

Más allá del "típico" tópico que se esconde tras esta lapidaria frase, encontramos todo un mensaje de contemporaneidad y concienciación social, dignos de mención.

¿Quién no se ha descubierto alguna vez, en pleno momento de éxtasis y euforia ante un inmenso logro, buscando perplejo una mirada amiga con la que compartir tan indescriptible alegría? ¿Cuántos, ante la búsqueda fallida de compañero de viaje, hemos simplemente ahogado esa explosión de júbilo? Y lo que es peor, todos hemos recreado tan memorable momento de nuestra vida, en infinidad de ocasiones, sólo para conocer la reacción de nuestros interlocutores y permitir con ello revivir tales sensaciones.

Tan humana reacción, debe de estar tatuada en el lomo de nuestras cadenas de ADN. Es por ello que trasladamos esta conducta a todos los ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo, el mundo laboral, no es ajeno a esta tendencia, beneficiándose mediante conceptos como la industrialización, globalización, sinergias o empresas multinacionales.

Determinados sectores fueron más precoces a la hora de asumir estas ideas y embarcarse en lo que muchos llaman desarrollo o evolución. En el mundo de la medicina, la economía o la tecnología, llevan años trabajando en equipos que buscan un bien común. Cada individuo aporta sus virtudes con el fin de alcanzar un resultado global positivo que repercuta en beneficio de todo el grupo.

Otras profesiones y gremios, tradicionalmente más independientes e individualizados, han acabado sucumbiendo ante la inminente aparición de un sistema global. Abogados, ingenieros o electricistas, ven cómo sus equipos se llenan de integrantes de la misma capacitación, en un sistema jerarquizado pero multidisciplinar y numeroso.

Sin embargo, una vez más, la arquitectura parece encontrarse anclada a los cimientos de la profesión, congelada en un pasado idílico y obsoleto que nunca más podrá volver a repetirse. Porque, señores, esa es la principal variante integrada por esta desconcertante crisis. Las reglas del juego han cambiado. La figura del arquitecto solitario, propietario de un estudio personal, está presenciando el ocaso de una vida.

Mientras, años o, incluso, siglos atrás, eran los arquitectos con nombres y apellidos quienes marcaban las pautas a seguir en esta profesión, hoy día son los estudios colectivos o asociaciones de estudios menores los que lideran el panorama internacional. Arquitectos como Le Corbusier, Álvaro Siza o Frank Gehry, se diluyen ante nuevos macroestudios liderados por más de un representante. Entre ellos destacan parejas ilustres como Herzog and De Meuron, o equipos como MVRDV. A nivel nacional, esta transición sigue la estela de sus referentes más allá de nuestras fronteras: Sáez de Oíza, Coderch o Moneo, han dado lugar a equipos como Cruz y Ortiz, Mansilla y Tuñón o EDDEA.

Este cambio generacional y conceptual es aún difuso, pero cada día somos más los que afirmamos que el sistema, tal como lo conocíamos, ha desaparecido. Ya no hay, ni habrá, la cantidad de dinero que hubo, tanta como para permitir infinidad de individuos capaces de enriquecerse. Esto unido a la producción incesante de nuevos profesionales, ha dado lugar a un cambio en el modelo de negocio.

Términos como la especulación deben ser olvidados, y la nueva arquitectura ser entendida como un servicio a los ciudadanos, no como un trampolín hacia la riqueza.

Por tanto, nuevo escenario y nuevos protagonistas. Empresas cada vez más amplias y especializadas, dispuestas a colaborar con sus iguales y concienciadas en cuanto al coste y al valor de sus acciones.

La sociedad se une para reclamar sus derechos y los profesionales se asocian para ampliar su abanico de posibilidades.

Ya sólo falta que los países, administraciones y políticos se unan a tan bella iniciativa.


lunes, 17 de octubre de 2011

La vida en 10 km


El deporte es vida, o, al menos, eso dicen. Supongo que no todos estaréis de acuerdo con esta afirmación, de hecho yo tengo mis dudas, más aún después de verme inmerso en una carrera popular y tras cinco kilómetros de agónica travesía, descubrir perplejo tan jocosa cita impresa en multitud de camisetas de mis sufridos “rivales”.

De lo que no tengo ninguna duda, es de que estas carreras son deporte, lo cual me lleva a plantearme: si el deporte es vida, y las carreras son deporte... ¿son, por tanto estas carreras, vida?

Pues mi respuesta es que no, definitivamente no. Ahora que he formado parte en una de ellas, puedo decirlo: no veo la más mínima similitud o indicio que pudiera sustentar este penoso razonamiento.

Al fin y al cabo, una carrera empieza con una mezcla de sensaciones enfrentadas, rodeado de una gran multitud inexplicablemente eufórica y con la duda acerca de en qué momento decidiste adentrarte en ese mundo, con lo bien que estabas antes, tan plácidamente acostado en la seguridad de tu hogar.

En ese momento, una voz anuncia el inicio de tu nueva vida, un sonido atroz que penetra en tu ser y te golpea desde tus adentros. Ya puedes llorar, sufrir o reírte, la carrera acaba de empezar, y deberás superar los obstáculos que puedan surgir en la distancia existente hasta la línea de meta.

Los primeros kilómetros transcurren entre una marabunta de personas repletas de ilusión y buenas maneras, donde la diversión parece ser el único objetivo común. Todos disfrutan del correr, y regalan sonrisas y gestos amables a sus futuros rivales. No existen diferencias de sexo, color, religión o edad. Todos disfrutamos de este placer. Parece que la inocencia nos oculta la cruda realidad que nos resta aún por vivir.

Todo ello transcurre en un circular tranquilo y agradable, siguiendo la estela de aquellos pocos, avanzados, que ya han pasado antes por ahí, y un grupo de representantes de la ley y el orden que te indican cuál es el camino correcto, el camino a seguir.

Poco a poco, la carrera se va haciendo más dura, o, más bien, tú más debilitado, empiezas a ser consciente de la realidad en la que vives, de lo que aún resta por recorrer y los peligros que ello conlleva. Pese a ello, te escudas en los aún muchos que corren junto a ti, que te animan a continuar, y por supuesto, en esas personas que pese a no conocerte de nada se acercan a la carrera para apoyarte y con pequeños gestos de cariño y alegría desinteresados aumentar tu autoestima y animarte a seguir.

Sin embargo, esta felicidad se ve relegada a un segundo plano conforme la carrera avanza, y el esfuerzo se adueña de tu cuerpo. La gente a tu alrededor ya no desprende ese entusiasmo que te encandiló kilómetros atrás, quizás sea la agonía o la propia carrera en sí, pero ya no te descubres como parte de una multitud sino que cada zancada se convierte en un paso más hacia lo más profundo de tu ser. En tu afán de lucha decides ensimismarte para concentrar todos tus esfuerzos en ti, cada movimiento de tu cuerpo pasa a protagonizar tu mente hasta el punto de aislar toda influencia externa, sois tú y la carrera, nadie te puede ayudar.

Esas amables personas que el azar quiso poner a tu alrededor, ya no parecen estar ahí, y de hecho, en los únicos momentos que distorsionan tu aparente tranquilidad, son percibidos como una posible amenaza, un individuo sospechoso que parece estar criticando tu actuación o, simplemente, deseando que falles para poder reírse de tu desgracia.

La carrera se endurece cada vez más, mientras tu mente se cierra a la par. Solo hay lugar para el vacío, imposible frente a una tendencia negativa que inunda de pensamientos este espacio. ¿Qué hago aquí? ¿Cómo voy a llegar así hasta el final? ¿Merece la pena? ¿Por qué no abandonar? Todo ello, acompañado de ecos externos que penetran tu burbuja de pesimismo y la aumentan peligrosamente, tales como: uff, ahora viene lo peor. Decides aislar esas ideas y recordar el motivo por el cual estás ahí y que pareces haber olvidado. Nadie dijo que fuese a ser fácil. Aprietas los dientes y animas a cada músculo de tu cuerpo a dar un poco más.

Es entonces cuando oyes a un rival decir, ¡vamos, kilómetro 7 ya! La carrera parece que te da un respiro, el recorrido se vuelve más asequible y la gente empieza a emanar cierta empatía de nuevo. Al igual que la negatividad logró apoderarse de todos los participantes kilómetros atrás, ahora es el optimismo quien devuelve el golpe y se aferra al colectivo en un auténtico ejemplo de sinergia. Todos juntos, hemos llegado hasta aquí, podemos hacerlo.

Esa aparente euforia te lanza hacia el kilómetro 9, estás muy cerca. Sólo te queda uno. Si has sido capaz de llegar hasta ahí, ¿por qué no vas a poder terminar?

Desgraciadamente el calor y la carrera han hecho mella en tu cuerpo y parecen ofrecerte una respuesta a tal cuestión. Tu físico ya no responde como antes a las iniciativas de tu mente. El final parece no llegar pese a tenerlo tan cerca. En ese momento, los nuevos incorporados a la carrera, que están ahí para iniciarse en este complejo mundo, con sólo dos kilómetros a sus espaldas, hacen su aparición para demostrarte que efectivamente ya no eres el mismo que empezó la carrera. Estos más de nueve kilómetros han pasado factura, y son estos nuevos participantes

Pero no, hay una parte de ti que sigue en pie de guerra y una vez más te recuerda que estás ahí porque realmente quieres estar. Debes estar, por respeto a todos aquellos que una vez te animaron, porque debes transmitir ese optimismo que tanto anhelas pero que tanto agradeciste en su momento. Ahora, puede que no seas rápido, pero puedes aportar la euforia que te da el saber que has pasado lo más duro y estás ahí. ¡Vamos!

Afrontas un kilómetro con mucho más de mil metros, luchas contra la firme sensación de que el destino está desplazando la meta para alejarla progresivamente de ti. Pero sabes que tú puedes correr más, es momento de disfrutar. Llegas a la recta de meta, se acabaron las preocupaciones, los miedos, ya no hace falta guardar nada para el futuro. Estás donde querías estar. Doscientos metros te separan del final y sabes que es el momento de echar el resto. Todo lo que tengas y parte de lo que te gustaría tener.

Vuelves a alzar la cabeza, orgulloso, sacas pecho y subes el ritmo. No hay dolores, cansancio o negatividad. Vuelves a observar esas caras tan desconocidas y anónimas como alegres, que te animan a seguir. Disfrutas esos instantes mientras en tu mente parece transcurrir un resumen de la carrera, con cada zancada, cada pensamiento y cada cara que la carrera ha puesto ahí para ti. Absorto en esos recuerdos, no te das cuenta de que una leve sonrisa decide romper la barrera que tus labios resecos y tu musculatura facial parecían haber erigido. Te ves fuerte, es tu momento, todo merece la pena sólo por estos doscientos metros. Cada paso es un escalón a la gloria. No dudas en regalar ese entusiasmo a espuertas. Tus rivales vuelven a presentarse como compañeros, miembros partícipes de tan bello acontecimiento.

Acompasas una vez más la respiración, aprietas el ritmo y te embriagas de esa alegría que parece surgir de lo más profundo de cada músculo.

Por fin, la meta. Cruzas esa línea orgulloso, satisfecho por la carrera realizada. Por el aprendizaje que ha supuesto, por la gente con la que lo has podido compartir y por saber que hay otros que han empezado el camino para poder iniciar una próxima carrera.

Y entonces piensas: ¡lo logré! ¡Sí señor! ¡Ya estoy aquí! ¡Ha merecido la pena!...

...Bueno, ¿y ahora qué?

Fdo. Un deportista con ganas de correr, un hombre con ganas de vivir.

P.D. Dedicado a todos aquellos desconocidos que en algún momento de mi vida, han decidido acercarse a mi carrera para apoyarme a través de un simple gesto o, incluso, acciones grandiosas, hacer todo lo posible por animarme a seguir, sin plantearse más allá, sin esperar nada a cambio. ¡Gracias!


lunes, 10 de octubre de 2011

La sabiduría del ciclista


Cuando estaba en el instituto, una de las cosas que más me maravillaba era la posibilidad de entender y prever realidades complejas a través de modelos matemáticos simplificados.

Cuando uno quiere prever en que momento se chocarán dos trenes, omite factores despreciables, como sí el maquinista estuvo a bien con su señora la noche anterior o si el viento va a favor o en contra. Uno sólo considera la velocidad de ambos trenes y la distancia en un momento concreto.

Pues bien, con todo esto de la economía se me ocurrió que a todos los mandamases se les ha olvidado, o quizás no conocen, lo de aplicar un modelo simplificado para poder entender una realidad que a todos nos está machacando. Uno muy simple sería el de reducir el problema de la economía a un pelotón de ciclistas.

Parece que los políticos no se dan cuenta de que cuando una rueda está pinchada, lo primero que hay que hacer es reparar la rueda, para cerrar el punto de fuga de aire, y luego inflar. Lo contrario sería para todos una obvia idiotez, ¿verdad? Pues es lo que se está haciendo actualmente con los bancos y el sistema financiero.

Desde que los grandes bancos estadounidenses reventasen hace unos años por determinadas prácticas, dicen algunas arriesgadas y yo diría fraudulentas, nada se ha hecho o cambiado, tan sólo se ha inyectado capital a los bancos, que al no haber cambiado nada, siguen perdiendo dinero.

No se ha creado ningún control nuevo sobre la banca, no se ha prohibido ninguna actividad en bolsa a la banca y ni siquiera se ha cambiado la política de remuneración de los directivos de banca o la vinculación de sus bonus a resultados aberrantes y cortoplacistas, en lugar de a largo plazo.

Fue Einstein el que dijo: Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo.”
Esta norma tampoco parece que la vayan a aplicar los políticos, pues ahora parece que Alemania y Francia han acordado recapitalizar nuevamente los bancos.  Una vez más y tan sólo unos meses después de haber rescatado a varios de ellos.

Por otro lado, todo buen ciclista sabe perfectamente que no puede hacer una etapa de 180 kms con varios puertos de montaña sin la ayuda o la ventaja de rodar en grupo. Sólo cuando el esfuerzo de ir en cabeza se reparte y cuando existen sinergias entre los ciclistas se pueden hacer tantos kilómetros al ritmo al que lo hacen. Los unos se necesitan a los otros, al menos hasta cierta proximidad a la meta, donde unos podrán marcar cierta diferencia.

En economía pasa igual, las empresas no pueden funcionar sin una línea de crédito, cierto, pero los bancos no tendrán mercado o clientes si las empresas se van a pique o si los trabajadores no tienen trabajo. Igualmente las empresas no podrán vender sus productos si no tienen clientes, que al final son sus propios trabajadores y los de otras empresas o el propio estado.

Es por ello que cada vez que leo que se quieren adoptar nuevas medidas de austeridad basadas en reducir salarios, vacaciones o endurecer las comisiones de mantenimiento de cuentas o intereses de préstamos, en lugar de eliminar gastos de representación de los políticos o impuestos y cargas administrativas a las empresas (díganme que riesgos laborales hay en una oficina como para justificar inspecciones anuales) me acuerdo del ciclista prepotente que le vacila a todo el pelotón queriendo ir en solitario todas las etapas.

Si se les reduce el salario y el acceso al crédito a los trabajadores, ¿cómo esperan que se recupere el consumo?

Si se reduce el número de funcionarios, aumentando el número de trabajadores en paro, sin que exista una demanda de dicha mano de obra, ¿qué ganas? Son trabajadores que ahora cobrarán el subsidio por desempleo (más o menos el mismo costo para el estado) pero sin producir nada.

Estoy de acuerdo en que reduzcamos el número de funcionarios si se estima que no son necesarios o productivos, pero si existe una creación de empleo que demande trabajadores. No sirve de nada aumentar el número de ciclistas que podrían subir bidones de agua a los compañeros, si no existen tales compañeros o equipos de ciclistas.

Así las cosas, creo que primero habría que arreglar el pinchazo que tienen los bancos en sus cajas, luego habría que cambiar las normas de la carrera para que las empresas o equipos de ciclistas puedan ser rentables y eficientes, reduciendo las cargas y costes superfluos que toleran y, por último, habría que cuidar a los ciclistas o trabajadores, porque al final, si ellos no están bien, nadie puede estar bien. Sin ciclistas no hay carreras de bici, lo mismo que sin trabajadores-consumidores, no hay mercado en el que vender lo que las empresas producen, y no habrá necesidad de crecer o mejorar a base de créditos.

Cuando uno anuncia buenos premios en una carrera y se asegura la cobertura televisiva, todavía no hay ninguna señal de que la carrera triunfará y de que tendrá un seguimiento que atraiga a las empresas que se quieren publicitar, pero es un riesgo a asumir por organización y televisión para que aparezcan los ciclistas y se genere ese producto que luego se venderá.

Ahora nos toca incentivar todo, incluso a base de endeudarse, para que la economía empiece a funcionar. La única manera de que la economía funcione es haciendo que el dinero se mueva, simplificando la creación de empresas, reduciendo sus cargas iniciales, creando la expectativa de que las nuevas empresas tendrán clientes y crédito. Ya habrá tiempo, cuando la carrera esté lanzada, de recuperar la inversión.

Cuando una carrera es deficitaria, se recorta en gastos superfluos, nunca en número de ciclistas o equipos. Igualmente ahora hay que recortar en gastos de política (número de senadores y diputados, coches oficiales, tarjetas para gastos de representación, consejeros, etc…), pero nunca en incentivos a la economía o en la creación de futuros buenos trabajadores (educación) o en el mantenimiento de la salud de los actuales (sanidad).

lunes, 3 de octubre de 2011

Mi lectura del 15M

¡Indignaos! Proponía Stephane Hessel en su manifiesto por la conciencia política de esta sociedad. Y así fue, el pueblo decidió hacer caso a esta petición y alzarse frente a un sistema que lejos de mantenerse, avanza peligrosamente hacia una debacle sin precedentes. Sin embargo, este acto, sin más, podría ser catalogado como uno de los grandes momentos en la historia de este país, esos en los que la población se revela para recordar que seguimos ahí, que nos importa este país y que, sin duda, nos negamos a permanecer impasibles ante tanta injusticia.

¡Indignaos! Ante una clase política capaz de negar una crisis de esta magnitud, incapaz de ofrecer soluciones y alternativas, digna de lo indigno que nos rodea.

¡Indignaos! Al descubrir que debe ser un anciano francés quien nos abra los ojos, un luchador de más de noventa años, quien tras una vida de penurias y logros sociales, aún encuentra fuerzas para, desde la elocuencia más inaudita, descifrar los errores y peligros que acechan nuestro bienestar. Todo ello mientras nuestro país, plagado de personas preparadas y dedicadas al ejercicio de la política, hace oídos sordos desde el olimpo que tanto les ha costado construir, y que de ninguna manera están dispuestos a destruir.

¡Indignaos! Cuando descubráis las desigualdades económicas que reinan en este país, curiosamente considerado entre los desarrollados, y donde el número de licenciados supera holgadamente al número de personas dispuestas a aprender un oficio, ante el desprestigio social al que se han visto sometidos los gremios profesionales más antiguos y necesarios.

¡Indignaos! Cuando veáis un país capaz de desperdiciar sus años de bonanza económica en exprimir la gallina de los huevos de oro, sin siquiera plantearse la posibilidad de buscar sectores de referencia alternativos.

¡Indignaos! Pese a que una gran parte de esta sociedad, sea partícipe de este caos económico, a través de la concesión y aceptación de infinidad de becas y subvenciones innecesarias, el derroche de la inversión europea en proyectos dilatados por intermediarios desconocidos, la especulación urbanística frente a jóvenes y familias sin vivienda en la que ejercer su derecho constitucional, y productos básicos en peligro de extinción ya que el verdadero trabajador se arruina ante los encargados de velar por su negocio.

¡Indignaos! Ante un sistema educativo decapitado, en el cual el profesor pierde toda autoridad frente a sus alumnos gracias a la indiferencia o, incluso el apoyo, de unos padres “pseudo amigos” que en su afán por ganarse el beneplácito de su descendencia, hacen caso omiso de las obligaciones que se les presuponen y que motivaron el por qué de su existencia actual.

¡Indignaos! Frente a una sociedad capaz de hablar de sostenibilidad desde un sistema por definición insostenible, en el que existe una mayoría que vive del Estado y emplea sus días en lastrar burocráticamente a aquellos elegidos para mantenerlos, y esa minoría, supuestamente destinada a sustentarlo, que prefiere evadir dicha responsabilidad mediante argucias económicas.

¡Indignaos! Ante un presente ajeno al pasado y dispuesto a dilapidar su propio futuro.

¡Indignaos! Porque vivimos para trabajar. Hemos creado un “juego” en el cual unos pocos trabajamos mucho, otros muchos trabajan poco, y lejos de existir un reparto equitativo o coherente, cada vez ganamos menos y se enriquecen más.

¡Indignaos! El único objetivo en la vida parece ser el dinero y el poder, sinónimo actual del dinero. La felicidad, efectivamente, viene asociada al dinero, ya que se ha apropiado definitivamente de ella. Un bien, capaz de generar negocios donde los poderosos flirtean con su lado más ambicioso mediante la manipulación de los mercados a través de un peligroso “juego de niños” a escala mundial. Un bien, que ha motivado la creación de una nueva industria a su alrededor, donde se "garantiza" la seguridad a sus propietarios sin que exista el menor compromiso de devolución o responsabilidad, y a la cual debemos rescatar al descubrir que en su afán por “rizar el rizo”, han logrado destruirse a sí mismos. Un bien, con complejo de mal.

¡Indignaos! Nos han convertido en un conjunto manipulable, donde el deporte y los escándalos, son empleados para cegar nuestro intelecto mientras los medios se encargan de mostrarnos una realidad direccionada y alejada de esa objetividad que se les presupone.

¡Indignaos! Por esa infinidad de razones que podrían seguir a todas aquellas ya redactadas y que están ahí, entre nosotros, dispuestas a que alguien las descubra y las ayude a rehabilitarse.

Pero lo más importante, ¡indignaos! Porque cuando parecía que habíamos encontrado la solución a todo esto, el inicio de un fin, cuando las nuevas tecnologías habían sido empleadas para orquestar la más pacífica de las revueltas, cuando se había logrado que entre todos diésemos ese puñetazo en la mesa que tanto se necesitaba, me encuentro con que ese nuevo arma constructora, de posibilidades infinitas, ha sido desactivada a las primeras de cambio. Ha sido destruida. Me da la sensación de que hemos malgastado una herramienta de gran utilidad que parecía que habíamos ya olvidado que existía, y que es por cosas como esta, por lo que permanecerá de nuevo durante años en la sombra, acechando sin que nadie la vea. Señores, el movimiento del 15M es sin duda un ejemplo para la esperanza, una muestra inequívoca de que la gente no está rendida ni se muestra indiferente ante los problemas, un reducto de carácter que nos recuerda que estamos aquí para opinar y ser escuchados. Sin embargo, no hemos sabido canalizar estas ideas, esta iniciativa, hacia alternativas políticas reales. ¿Por qué? Pues en mi opinión porque no hemos sido capaces de asumir que siempre hace falta un líder, un grupo capaz de proponer ideas y transmitirlas. Un grupo o un individuo en el que creamos y al que apoyemos, que plantee soluciones y escuche las reacciones ante estas. Porque la libertad total, puede desembocar en el libertinaje, un caos en el cual nadie sabe realmente qué hacemos aquí y qué podemos llegar a conseguir.

Hemos pretendido prolongar una buena idea hasta el punto de molestar a la gente y lograr enemigos entre nuestros propios amigos, es decir, hasta “quemarla”. No hemos sabido retirarnos a tiempo, pensar y madurar las opciones, para después volver con más fuerza y llevarlas a cabo. Ya somos conscientes de que existe un muro frente a nosotros y de que si continuamos avanzando nos chocamos contra él, pues bien, no hace falta que sigamos embistiendo dicho muro, sino alejarnos levemente y desde una nueva perspectiva analizar las opciones de las que disponemos para poder sortearlo y proseguir nuestro camino.

Desde aquí invito a los artífices de tan interesante hazaña, que no desfallezcan ante esta posible derrota, y recapaciten sobre lo ocurrido para retomar lo bueno y enfocarlo esta vez hacia medidas concretas que contribuyan a mejorar esta situación. Asimismo, invito a aquellas personas que compartan los ideales de fondo causantes de esta indignación y se encuentran preparados para dirigir un cambio en clave política y legal, a dar un paso al frente y empezar a andar el camino. Mostrarse y ofrecerse para tal fin. Hacen falta lideres y personas implicadas dispuestas a cambiar las cosas.

Desde aquí, planteo una medida con la que instar a todos a avanzar, probemos a mostrar nuestro descontento sentándonos frente a los colegios electorales el día de las próximas elecciones. Hagamos ver a nuestros dirigentes políticos, que no es indiferencia lo que justifica la escasa participación ciudadana, sino una desoladora falta de candidatos que representen nuestros intereses y necesidades. Confiemos en ellos, en que serán capaces de “coger el testigo”, hacer autocrítica y replantearse este sistema hasta el punto de volver a los principios fundadores que motivaron una transición ansiada por todos. De no ser así, confío que el espíritu del 15M, aquel capaz de hacernos estremecer a todos, no se pierda tan fácilmente, y que todo ello derive en nuevos tangibles que nos hagan disfrutar de los deseados intangibles.