jueves, 17 de noviembre de 2011

Entre héroes y avatares


Avatar se define como un cambio o vicisitud, sin embargo, en el hinduismo se refiere a un representante divino enviado por los dioses. Pues bien, ninguna de estas opciones es la que motiva este escrito. Me dirijo a vosotros a raíz de la película Avatar, para introducirme en el arte del celuloide y escrutar los auténticos entresijos del cine.

Avatar, como decía, más allá de la superproducción, de los efectos especiales, y la interminable imaginación que describe y configura cada fotograma; nos presenta un mundo diferente, una alternativa atractiva y asumible, que esconde una feroz crítica a los valores que imperan en nuestra cotidianeidad. No hablo de los tan usados valores del amor, la amistad y la valentía (ausentes en muchos casos), sino de una filosofía de vida en paz con su contexto, con sus iguales y con aquellos que difieren. Una cultura capaz de valorar aquello de lo que dispone, sin ansiar lo que no posee. Una apología a la felicidad más sencilla y sutil.

Muchos se quedan con el mensaje patriótico y heroico de sus protagonistas, otros ahondan hasta descubrir los sentimientos que los guían, pero lo que realmente es una novedad, es la fuerza adquirida por el perdón.

En películas como El fuego de la venganza, 300, o Un ciudadano ejemplar (en mi opinión, obras de arte) se potencia el odio y la satisfacción que implica la venganza. Pero es en películas como El libro negro, ambientada en la Holanda ocupada por los nazis, donde se desmaquilla la realidad, y se muestra el lado más salvaje de nuestros “héroes”, la cara “B” de la historia. No hay héroes sin villanos, ni villanos sin héroes. Y es ese equilibrio el que fluctúa y se balancea, alternando los papeles según se analice la situación y desde donde sea observado. Esta película lo hace desde dentro, desde el núcleo mismo de ese equilibrio, observando objetivamente el movimiento de la balanza. Esta película muestra el raído tema del odio y del enemigo desde un punto de vista cambiante. Nos revela esa segunda identidad. Curiosamente nos aleja de los conceptos de héroe y villano al mostrarnos sus semejanzas y coincidencias. Nos atrae ambos conceptos a su origen mismo, nos muestra su lado más “humano”.

Sí, esa humana tradición de venganza, esa humana perversión que reacciona de forma newtoniana ante una acción, con otra reacción de igual intensidad pero de sentido contrario. Luchamos contra un objetivo común como víctimas, para convertirnos en su verdugo.

¿Qué nos lleva a olvidar tan pronto los motivos últimos de nuestra rebelión? ¿Cómo podemos devolver tan semejantes atrocidades una vez sufridas? ¿Por qué seremos tan humanos para determinadas cosas, y tan coherentes para otras?

Esta, quizás, es la principal virtud de la película de James Cameron, mostrar una sociedad alternativa capaz de perdonar, dispuesta a disfrutar de su entorno y respetarlo por encima de todo, aceptando sus limitaciones y fomentando una convivencia natural y coherente. El resto, un alarde de técnica y estilo que maquilla con sublime elegancia.

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