lunes, 2 de julio de 2012

Un fin carente de principios


En pleno momento de crisis, quiero pensar que son muchos quienes recapacitan acerca de los posibles errores cometidos o las mejoras que se podrían acometer. Por mi parte, prefiero analizar los por qué de una situación sin precedentes.

Sin duda, no soy el más indicado para arreglar el desajuste en el que nos encontramos, dado que no dispongo de toda la información para ello, entre otras cosas. Sin embargo, me considero capaz de analizar mi contexto, y sobre eso, elaborar mis propias conclusiones.

Este proceso de meditación surge ante la pregunta: ¿Cómo definirías esta época, este periodo de tiempo, en pocas palabras?

A priori, la mayoría de nosotros recurriría a expresiones como la era de la tecnología, de la comunicación, de la globalización, de la democracia o del capitalismo. Pero me van a permitir que resuma todos ellos en uno. Prefiero definir este periodo como “un fin carente de principios”.

Si analizamos cada uno de los referentes sociales que podrían caracterizar estos días, nos encontramos con un denominador común en todos ellos: la ausencia total de principios, la pérdida de referentes, el abandono de los objetivos iniciales desvirtuados ante la avaricia humana.

Cuando hablamos de tecnología, no cabe duda que es uno de los sectores que ha sufrido mayor evolución en los últimos años, hasta el punto de convertirse en un modelador de conductas. La sociedad ha cambiado, como consecuencia de una herramienta tan potente como omnipresente. Vehículos, ordenadores, televisiones, móviles, internet... un sin fin de avances que surgieron como herramienta de apoyo al ser humano. Un modo innovador de contribuir a la eficiencia de nuestro sistema. Una ayuda para nuestros trabajadores, destinada a aumentar su producción a la vez que reducir su esfuerzo físico. Hasta aquí, nada que objetar.

Lo preocupante radica, como ya se comentó anteriormente en este blog, en que este principio generador de la idea, ha sido ninguneado públicamente, para convertir la tecnología en el máximo exponente de un capitalismo agresivo y despiadado. La tecnología, cada vez más, se convierte en un sustituto del ser humano. Un ente propio que nos insta a modificar nuestros hábitos para adaptarnos al ritmo endiablado en que se renueva el sector. Una herramienta capaz de restar validez a su creador, alejándolo de la ecuación y minando hasta sus virtudes más innatas. No son pocos los que denuncian un riesgo evidente en la falta de interacción social real entre los más jóvenes. Seres capaces de suplantar identidades antes que afrontar la suya propia. Es decir, un fracaso evidente del objetivo inicial.

En el caso de la comunicación, no hay duda de que las nuevas tecnologías y el poder de internet y las redes sociales se han convertido en el mejor vehículo de cara a mantener el contacto con aquellos que se encuentran más lejos. Una oportunidad de expandir nuestras necesidades más sociales y humanas, que ha derivado en una dependencia alarmante de los dispositivos para interactuar con nuestros iguales, divisando atrocidades como reuniones en las cuales los comensales de una mesa se comunican con interlocutores a kilómetros de distancia, mientras ignoran a quienes tienen delante. Conversaciones vía email entre personas en la misma habitación. Sin duda, un nuevo fracaso del objetivo original.

Si intentásemos analizar la democracia, descubriríamos una red infinita de representantes de la población, que lejos de ejercer su labor, se encuentran cuestionados por un pueblo que no se ve reflejado en ellos, ni se preocupa por ejercer su derecho en un juego del que hace años se fue desencantado.

La globalización, diseñada para difundir la diversidad universalmente, ha sido sustituida por un monopolio cultural donde los pequeños detalles se ven menospreciados ante la suculenta y todopoderosa tendencia global. Un saqueo colosal de las principales riquezas de este mundo.

El capitalismo, lejos de fomentar la libertad del ciudadano para acceder a aquello que considere necesario, se ha erigido en fiero defensor de una globalización mal entendida, estableciendo una dictadura de la moda, donde la sociedad se ve condicionada a consumir productos tan innecesarios como efímeros. Una obsolescencia programada que nos insta a invertir nuestro tiempo en generar el dinero necesario para continuar consumiendo necedades, mientras lo realmente importante se ve relegado a un segundo plano.

En esta línea podríamos seguir analizando aspectos de nuestra vida cotidiana, hasta convencernos de que este aparente final, no responde sino a una evidente ausencia de principios.

Nuestros pequeños nacen en un mundo abierto y adulto en el que no es fácil distinguir lo bueno de lo malo, donde la falta de contacto social, convierte en referentes vitales a seres tan lejanos como irreales. La figura paterna, seguida del profesor, se convierten en muestras obsoletas de un tiempo mejor.

Los medios de comunicación se empeñan en vender una imagen muy seductora, donde los oportunistas se convierten en líderes nacionales y los líderes nacionales en oportunistas, bajo la impasible mirada del resto.

El héroe ha pasado de ser el miembro más útil y válido de la manada, para vestirse de sinvergüenza espabilado y pícaro.

No podemos permitir que el sistema se rinda ante los inútiles, ya que esa dinámica sólo puede ir a peor. ¿O creen realmente que el inútil, no por ello menos listo, va a permitir que sus sucesores sean lo suficientemente válidos como para desprestigiarle y alejarlo de su reinado? Prefiero no ser tan iluso, y lejos de observar la realidad desde un perspectiva de negatividad, analizar los hechos con un pragmatismo meramente animal, para poder, a posteriori, actuar con la inteligencia que se le supone a los de mi clase.

No podemos permitir que todo lo conseguido en estos años, se vea enturbiado por la manipulación de unos pocos que se han empeñado en desviar nuestros caminos del sendero de la coherencia. Debemos recuperar el por qué de las cosas. Centrarnos en el motivo de su creación, el problema, para recuperar el objetivo ansiado, su solución.



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