En pleno momento de crisis, quiero
pensar que son muchos quienes recapacitan acerca de los posibles
errores cometidos o las mejoras que se podrían acometer. Por mi
parte, prefiero analizar los por qué de una situación sin
precedentes.
Sin duda, no soy el más indicado para
arreglar el desajuste en el que nos encontramos, dado que no dispongo
de toda la información para ello, entre otras cosas. Sin embargo, me
considero capaz de analizar mi contexto, y sobre eso, elaborar mis
propias conclusiones.
Este proceso de meditación surge ante
la pregunta: ¿Cómo definirías esta época, este periodo de tiempo,
en pocas palabras?
A priori, la mayoría de nosotros
recurriría a expresiones como la era de la tecnología, de la
comunicación, de la globalización, de la democracia o del
capitalismo. Pero me van a permitir que resuma todos ellos en uno.
Prefiero definir este periodo como “un fin carente de principios”.
Si analizamos cada uno de los
referentes sociales que podrían caracterizar estos días, nos
encontramos con un denominador común en todos ellos: la ausencia
total de principios, la pérdida de referentes, el abandono de los
objetivos iniciales desvirtuados ante la avaricia humana.
Cuando hablamos de tecnología, no cabe
duda que es uno de los sectores que ha sufrido mayor evolución en
los últimos años, hasta el punto de convertirse en un modelador de
conductas. La sociedad ha cambiado, como consecuencia de una
herramienta tan potente como omnipresente. Vehículos, ordenadores,
televisiones, móviles, internet... un sin fin de avances que
surgieron como herramienta de apoyo al ser humano. Un modo innovador
de contribuir a la eficiencia de nuestro sistema. Una ayuda para
nuestros trabajadores, destinada a aumentar su producción a la vez
que reducir su esfuerzo físico. Hasta aquí, nada que objetar.
Lo preocupante radica, como ya se
comentó anteriormente en este blog, en que este principio generador
de la idea, ha sido ninguneado públicamente, para convertir la
tecnología en el máximo exponente de un capitalismo agresivo y
despiadado. La tecnología, cada vez más, se convierte en un
sustituto del ser humano. Un ente propio que nos insta a modificar
nuestros hábitos para adaptarnos al ritmo endiablado en que se
renueva el sector. Una herramienta capaz de restar validez a su
creador, alejándolo de la ecuación y minando hasta sus virtudes más
innatas. No son pocos los que denuncian un riesgo evidente en la
falta de interacción social real entre los más jóvenes. Seres
capaces de suplantar identidades antes que afrontar la suya propia.
Es decir, un fracaso evidente del objetivo inicial.
En el caso de la comunicación, no hay
duda de que las nuevas tecnologías y el poder de internet y las
redes sociales se han convertido en el mejor vehículo de cara a
mantener el contacto con aquellos que se encuentran más lejos. Una
oportunidad de expandir nuestras necesidades más sociales y humanas,
que ha derivado en una dependencia alarmante de los dispositivos para
interactuar con nuestros iguales, divisando atrocidades como
reuniones en las cuales los comensales de una mesa se comunican con
interlocutores a kilómetros de distancia, mientras ignoran a quienes
tienen delante. Conversaciones vía email entre personas en la misma
habitación. Sin duda, un nuevo fracaso del objetivo original.
Si intentásemos analizar la
democracia, descubriríamos una red infinita de representantes de la
población, que lejos de ejercer su labor, se encuentran cuestionados
por un pueblo que no se ve reflejado en ellos, ni se preocupa por
ejercer su derecho en un juego del que hace años se fue
desencantado.
La globalización, diseñada para
difundir la diversidad universalmente, ha sido sustituida por un
monopolio cultural donde los pequeños detalles se ven menospreciados
ante la suculenta y todopoderosa tendencia global. Un saqueo colosal
de las principales riquezas de este mundo.
El capitalismo, lejos de fomentar la
libertad del ciudadano para acceder a aquello que considere
necesario, se ha erigido en fiero defensor de una globalización mal
entendida, estableciendo una dictadura de la moda, donde la sociedad
se ve condicionada a consumir productos tan innecesarios como
efímeros. Una obsolescencia programada que nos insta a invertir
nuestro tiempo en generar el dinero necesario para continuar
consumiendo necedades, mientras lo realmente importante se ve
relegado a un segundo plano.
En esta línea podríamos seguir
analizando aspectos de nuestra vida cotidiana, hasta convencernos de
que este aparente final, no responde sino a una evidente ausencia de
principios.
Nuestros pequeños nacen en un mundo
abierto y adulto en el que no es fácil distinguir lo bueno de lo
malo, donde la falta de contacto social, convierte en referentes
vitales a seres tan lejanos como irreales. La figura paterna, seguida
del profesor, se convierten en muestras obsoletas de un tiempo mejor.
Los medios de comunicación se empeñan
en vender una imagen muy seductora, donde los oportunistas se
convierten en líderes nacionales y los líderes nacionales en
oportunistas, bajo la impasible mirada del resto.
El héroe ha pasado de ser el miembro
más útil y válido de la manada, para vestirse de sinvergüenza
espabilado y pícaro.
No podemos permitir que el sistema se
rinda ante los inútiles, ya que esa dinámica sólo puede ir a peor.
¿O creen realmente que el inútil, no por ello menos listo, va a
permitir que sus sucesores sean lo suficientemente válidos como para
desprestigiarle y alejarlo de su reinado? Prefiero no ser tan iluso,
y lejos de observar la realidad desde un perspectiva de negatividad,
analizar los hechos con un pragmatismo meramente animal, para poder,
a posteriori, actuar con la inteligencia que se le supone a los de mi
clase.
No podemos permitir que todo lo
conseguido en estos años, se vea enturbiado por la manipulación de
unos pocos que se han empeñado en desviar nuestros caminos del
sendero de la coherencia. Debemos recuperar el por qué de las cosas.
Centrarnos en el motivo de su creación, el problema, para recuperar
el objetivo ansiado, su solución.
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