lunes, 26 de septiembre de 2011

Doble rasero

Puede que sea una de las cosas más comunes e irritantes de una relación, pero no os preocupéis, no estoy aquí para hablar acerca de mis fracasos sentimentales; creo que me faltaría blog para tal fin.

Es más, voy a aprovechar la ocasión para echar una lanza en favor de mis ex parejas: no se trata de un defecto propio de ellas, sino que es simplemente un reflejo de la sociedad en la que vivimos.

Porque como habréis podido observar, una vez más el ser humano demuestra que somos capaces de tropezar infinitas veces con la misma piedra, mientras el subestimado burro se desternilla en sus adentros. No creo que nadie se atreva en la actualidad a dudar acerca del pasado machista que ha caracterizado generación tras generación nuestro país. Evidentemente no es un “mérito” que podamos atribuirnos en exclusiva, son muchos otros los que han fomentado tan lamentable actitud. Y me gustaría dejar claro el papel que ha jugado en este interesante cambio evolutivo la mujer, víctima y artífice de esta rebelión.

Sin embargo, como siempre suele ocurrir, una actitud realmente admirable y justificada es malentendida por algunos para revertir la situación hasta alcanzar límites insospechados, es decir, lograr defender el extremo opuesto para generar el feminismo, heredera vengativa de los ideales de su malévolo hermano mayor.

El escenario social ha visto en los últimos años un despertar masivo de publicidad populista orientada a este nuevo núcleo social capaz de criticar algo, actuando de la misma forma. Sin duda, una manera bastante peculiar de luchar por mis derechos, pisando los del prójimo. Sí señor.

Pero que nadie se equivoque, un error no justifica otro error, jamás. Un maltrato social hacia la mujer no justifica ni debería ser, en ningún caso, motivo para que sea ahora el hombre quien se sienta maltratado socialmente frente a la mujer. No cabe duda, que este fenómeno es aún minoritario, no sé si por mérito de la sociedad o con motivo de su reciente eclosión y temprana edad. Pero no pienso aceptar aquello de: es que no es lo mismo. No, aun no lo es, pero, ¿realmente estamos dispuestos a esperar que sea igual para quejarnos? Yo no.

Tan discriminante e injusta es la discriminación positiva como la negativa, no olvidemos que el objetivo es la igualdad, el equilibrio.

Me gusta pensar que a través de estas palabras, alguien más se planteará estas cuestiones, alguno compartirá la preocupación con sus allegados, y quien sabe, incluso se evite entre todos una debacle social mayor. Soy consciente de la utopía que acabo de plantear, pero como, desde luego, no voy a cambiar nada es callándome mis opiniones y críticas constructivas, no creen?

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