miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sin rumbo definido

En una época donde la mayoría de la población se encuentra sumida en un caos y desconcierto propios de la situación económica reinante, nos enfrentamos a un problema aún mayor: Nos movemos sin rumbo definido. Siempre se ha dicho que de los malos momentos es cuando más se aprende en la vida, y que son las malas experiencias las que marcan nuestra personalidad y nos animan a mejorar. Sin embargo, la sociedad actual parece ajena a toda esta filosofía, esperando a que amaine el temporal, sin plantearse más allá de la niebla inmediata. Y con sociedad nos enmarco a todos.

Concretamente en el mundo de la construcción, sector líder en la economía nacional y por tanto a la cabeza de la debacle y recesión económica, es donde menos se ha aprendido y donde menos intención de mejora o reflexión existe.

La razón principal es que nos hemos mal acostumbrado a la benevolencia de un sector aparentemente al alza de manera indefinida, donde el dinero se ha reproducido a espuertas, sin exigir nada a cambio. Ahora, cuando el dinero desaparece y se esconde a cada minuto, donde el trabajo bien hecho no es sinónimo siquiera de cobrar o cubrir gastos, en este momento tan delicado…resulta que los agentes intervinientes en todo el proceso constructivo han decidido por unanimidad reducir los equipos al mínimo hasta el punto de verse superados por los escasos trabajos de los que disponen, logrando resultados incluso peores que los anteriores, en plena ebullición inmobiliaria. No hemos sido capaces de replantearnos la profesión, asumir nuestros errores y reconocer lo descabellado e irreal de la etapa vivida, sino que nos recreamos en la ilusión cegadora de un desastre pasajero y accidental. Señores: ¡el sistema ha fallado! Se han demostrado sus carencias y debemos resetearnos cual electrodoméstico bloqueado. Pero no, el ser humano es más inteligente que la máquina y es capaz de tropezar infinitas veces en la misma piedra y autoconvencerse de que la piedra no es real. Así somos. Y esto se demuestra en cada uno de nuestros actos.

Todos sabemos que este sistema capitalista (el cual no pretendo valorar) se basa en la ley de la oferta y la demanda, y es el equilibrio entre estas el objetivo final y utópico que lo motiva. Pues bien, en el mundo de la tecnología, que tanto nos abruma y atrae hoy en día, resulta incluso más evidente este proceso.

La tecnología es quizás el sector referente del capitalismo, en tanto en cuanto, ha sido capaz de convertirse en una necesidad social primaria, que lidera en el mundo desarrollado y motiva a aquellos en proceso de desarrollo.

Sin embargo la vinculación de este sector aplicado al mundo de la construcción ha derivado en una fallo de sistema básico. Es decir, los técnicos, seducidos por las oportunidades generadas por la tecnología, hemos perdido de vista el objetivo original, resolver las necesidades de la gente. Nos hemos cegado ante la inminente atracción generada por el nuevo oro conceptual, sin recaer en la condición de herramienta de la tecnología. La tecnología nunca puede ser un fin, sino un medio hacia un fin mayor.

Pues debemos entonar el mía culpa, ya que somos los técnicos los principales responsables del fracaso de la tecnología en el sector de la construcción. ¿Por qué? Sencillamente porque no somos capaces de emplear la tecnología para simplificar procesos. La tecnología es compleja pero se generó para ayudar a realizar las tareas con mayor celeridad y sin problemas. Pero no. Ahora nos encargamos de buscar el más difícil todavía con idea de demostrar una mayor capacidad de innovación, mayor originalidad e imagen de grandeza. Lo que se denomina generar oferta.

Sin embargo este enfoque es completamente erróneo, ya que el destinatario de esta tecnología no es sino el destinatario de la construcción, es decir, el ciudadano, independientemente de sus capacidades en materia de tecnología, o su interés por la innovación. Los consumidores, en su mayoría, no se sienten atraídos por la complejidad sino por la sencillez.

La domótica ha fracasado por la inseguridad generada entre los usuarios al no conocer el funcionamiento de sus nuevos mecanismos.

El nuevo concepto de Hogar Digital va más enfocado a los servicios que a la tecnología, pero el problema es aún más sencillo, una vez más. Se trata de concienciación social, concienciación entre los profesionales para reconcebir la tecnología y su aplicación a determinados sectores, y concienciación social para entender las posibilidades que ello nos genera.

En otras palabras, la concienciación social debe ser la encargada de generar demanda, motor fundamental de la economía y elemento clave en las reglas del juego.

Uno de los problemas más difíciles de resolver en este momento, no son el paro o la crisis económica, sino la cantidad de oferta desaprovechada y en pleno proceso de deterioro que jamás podrá solucionar la demanda no satisfecha existente y por aparecer.

Por otra parte, nos encontramos ante las nuevas tendencias constructivas, en boca de todos hoy día. Los conceptos vinculados a la sostenibilidad, construcción bioclimática o respetuosa con el medio ambiente están de moda. Lo verde vende. Y sin embargo nos estamos volviendo a equivocar, estamos perdiendo una oportunidad única de concienciar a la sociedad de un problema de gran magnitud, que debería preocuparnos a todos. ¿Realmente creen que cuando la gente entienda la situación y se haga cargo de ella, no van a demandar menor huella ecológica en sus viviendas? Y lo que es más importante, ¿realmente creen que en ese caso algún constructor, promotor o proyectista de prestigio vacilará acerca de la inclusión de las correspondientes medidas correctoras?
Señores, los problemas son muy complejos y las soluciones diversas, pero como en la tecnología, lo más sensato es centrarnos en descubrir la más sencilla posible y creer en ella hasta su consecución. Todo es cultura, así que enseñemos sostenibilidad y hagamos tangibles los métodos y conceptos “extraterrestres” que colmatan la mayoría de reuniones de trabajo asociadas a este sector en peligro de extinción.

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