lunes, 17 de octubre de 2011

La vida en 10 km


El deporte es vida, o, al menos, eso dicen. Supongo que no todos estaréis de acuerdo con esta afirmación, de hecho yo tengo mis dudas, más aún después de verme inmerso en una carrera popular y tras cinco kilómetros de agónica travesía, descubrir perplejo tan jocosa cita impresa en multitud de camisetas de mis sufridos “rivales”.

De lo que no tengo ninguna duda, es de que estas carreras son deporte, lo cual me lleva a plantearme: si el deporte es vida, y las carreras son deporte... ¿son, por tanto estas carreras, vida?

Pues mi respuesta es que no, definitivamente no. Ahora que he formado parte en una de ellas, puedo decirlo: no veo la más mínima similitud o indicio que pudiera sustentar este penoso razonamiento.

Al fin y al cabo, una carrera empieza con una mezcla de sensaciones enfrentadas, rodeado de una gran multitud inexplicablemente eufórica y con la duda acerca de en qué momento decidiste adentrarte en ese mundo, con lo bien que estabas antes, tan plácidamente acostado en la seguridad de tu hogar.

En ese momento, una voz anuncia el inicio de tu nueva vida, un sonido atroz que penetra en tu ser y te golpea desde tus adentros. Ya puedes llorar, sufrir o reírte, la carrera acaba de empezar, y deberás superar los obstáculos que puedan surgir en la distancia existente hasta la línea de meta.

Los primeros kilómetros transcurren entre una marabunta de personas repletas de ilusión y buenas maneras, donde la diversión parece ser el único objetivo común. Todos disfrutan del correr, y regalan sonrisas y gestos amables a sus futuros rivales. No existen diferencias de sexo, color, religión o edad. Todos disfrutamos de este placer. Parece que la inocencia nos oculta la cruda realidad que nos resta aún por vivir.

Todo ello transcurre en un circular tranquilo y agradable, siguiendo la estela de aquellos pocos, avanzados, que ya han pasado antes por ahí, y un grupo de representantes de la ley y el orden que te indican cuál es el camino correcto, el camino a seguir.

Poco a poco, la carrera se va haciendo más dura, o, más bien, tú más debilitado, empiezas a ser consciente de la realidad en la que vives, de lo que aún resta por recorrer y los peligros que ello conlleva. Pese a ello, te escudas en los aún muchos que corren junto a ti, que te animan a continuar, y por supuesto, en esas personas que pese a no conocerte de nada se acercan a la carrera para apoyarte y con pequeños gestos de cariño y alegría desinteresados aumentar tu autoestima y animarte a seguir.

Sin embargo, esta felicidad se ve relegada a un segundo plano conforme la carrera avanza, y el esfuerzo se adueña de tu cuerpo. La gente a tu alrededor ya no desprende ese entusiasmo que te encandiló kilómetros atrás, quizás sea la agonía o la propia carrera en sí, pero ya no te descubres como parte de una multitud sino que cada zancada se convierte en un paso más hacia lo más profundo de tu ser. En tu afán de lucha decides ensimismarte para concentrar todos tus esfuerzos en ti, cada movimiento de tu cuerpo pasa a protagonizar tu mente hasta el punto de aislar toda influencia externa, sois tú y la carrera, nadie te puede ayudar.

Esas amables personas que el azar quiso poner a tu alrededor, ya no parecen estar ahí, y de hecho, en los únicos momentos que distorsionan tu aparente tranquilidad, son percibidos como una posible amenaza, un individuo sospechoso que parece estar criticando tu actuación o, simplemente, deseando que falles para poder reírse de tu desgracia.

La carrera se endurece cada vez más, mientras tu mente se cierra a la par. Solo hay lugar para el vacío, imposible frente a una tendencia negativa que inunda de pensamientos este espacio. ¿Qué hago aquí? ¿Cómo voy a llegar así hasta el final? ¿Merece la pena? ¿Por qué no abandonar? Todo ello, acompañado de ecos externos que penetran tu burbuja de pesimismo y la aumentan peligrosamente, tales como: uff, ahora viene lo peor. Decides aislar esas ideas y recordar el motivo por el cual estás ahí y que pareces haber olvidado. Nadie dijo que fuese a ser fácil. Aprietas los dientes y animas a cada músculo de tu cuerpo a dar un poco más.

Es entonces cuando oyes a un rival decir, ¡vamos, kilómetro 7 ya! La carrera parece que te da un respiro, el recorrido se vuelve más asequible y la gente empieza a emanar cierta empatía de nuevo. Al igual que la negatividad logró apoderarse de todos los participantes kilómetros atrás, ahora es el optimismo quien devuelve el golpe y se aferra al colectivo en un auténtico ejemplo de sinergia. Todos juntos, hemos llegado hasta aquí, podemos hacerlo.

Esa aparente euforia te lanza hacia el kilómetro 9, estás muy cerca. Sólo te queda uno. Si has sido capaz de llegar hasta ahí, ¿por qué no vas a poder terminar?

Desgraciadamente el calor y la carrera han hecho mella en tu cuerpo y parecen ofrecerte una respuesta a tal cuestión. Tu físico ya no responde como antes a las iniciativas de tu mente. El final parece no llegar pese a tenerlo tan cerca. En ese momento, los nuevos incorporados a la carrera, que están ahí para iniciarse en este complejo mundo, con sólo dos kilómetros a sus espaldas, hacen su aparición para demostrarte que efectivamente ya no eres el mismo que empezó la carrera. Estos más de nueve kilómetros han pasado factura, y son estos nuevos participantes

Pero no, hay una parte de ti que sigue en pie de guerra y una vez más te recuerda que estás ahí porque realmente quieres estar. Debes estar, por respeto a todos aquellos que una vez te animaron, porque debes transmitir ese optimismo que tanto anhelas pero que tanto agradeciste en su momento. Ahora, puede que no seas rápido, pero puedes aportar la euforia que te da el saber que has pasado lo más duro y estás ahí. ¡Vamos!

Afrontas un kilómetro con mucho más de mil metros, luchas contra la firme sensación de que el destino está desplazando la meta para alejarla progresivamente de ti. Pero sabes que tú puedes correr más, es momento de disfrutar. Llegas a la recta de meta, se acabaron las preocupaciones, los miedos, ya no hace falta guardar nada para el futuro. Estás donde querías estar. Doscientos metros te separan del final y sabes que es el momento de echar el resto. Todo lo que tengas y parte de lo que te gustaría tener.

Vuelves a alzar la cabeza, orgulloso, sacas pecho y subes el ritmo. No hay dolores, cansancio o negatividad. Vuelves a observar esas caras tan desconocidas y anónimas como alegres, que te animan a seguir. Disfrutas esos instantes mientras en tu mente parece transcurrir un resumen de la carrera, con cada zancada, cada pensamiento y cada cara que la carrera ha puesto ahí para ti. Absorto en esos recuerdos, no te das cuenta de que una leve sonrisa decide romper la barrera que tus labios resecos y tu musculatura facial parecían haber erigido. Te ves fuerte, es tu momento, todo merece la pena sólo por estos doscientos metros. Cada paso es un escalón a la gloria. No dudas en regalar ese entusiasmo a espuertas. Tus rivales vuelven a presentarse como compañeros, miembros partícipes de tan bello acontecimiento.

Acompasas una vez más la respiración, aprietas el ritmo y te embriagas de esa alegría que parece surgir de lo más profundo de cada músculo.

Por fin, la meta. Cruzas esa línea orgulloso, satisfecho por la carrera realizada. Por el aprendizaje que ha supuesto, por la gente con la que lo has podido compartir y por saber que hay otros que han empezado el camino para poder iniciar una próxima carrera.

Y entonces piensas: ¡lo logré! ¡Sí señor! ¡Ya estoy aquí! ¡Ha merecido la pena!...

...Bueno, ¿y ahora qué?

Fdo. Un deportista con ganas de correr, un hombre con ganas de vivir.

P.D. Dedicado a todos aquellos desconocidos que en algún momento de mi vida, han decidido acercarse a mi carrera para apoyarme a través de un simple gesto o, incluso, acciones grandiosas, hacer todo lo posible por animarme a seguir, sin plantearse más allá, sin esperar nada a cambio. ¡Gracias!


1 comentario:

  1. Muy buena manera de describir una carrera de 10 km, y asociarla a tu propia carrera.
    Sin duda me ha encantado, jamás he participado en una carrera pero he sentido a la perfección el torrente de sensaciones que un corredor experimenta, hasta el punto de realmente sentirme agotada.

    No obstante para haber llegado a tu propia conclusión de que estas carreras no son vida, el modo en que la has descrito me ha hecho sentir no sólo como se siente uno como corredor de esos 10 km, sino como "corredor" de su propia vida, la cual pasamos por distintas etapas; nuestra infancia es como esa primera fase de la carrera, nadie es malo, todo se afronta con ilusión, digamos que la palabra clave seria, total despreocupación.
    Luego... al igual que en la vida real adquirimos mayor responsabilidad, y por tanto más obstáculos y adversidades nos cruzamos en nuestro camino, ni todas las personas que nos acompañan en él son ángeles de la guarda encantadores como en nuestra niñez, ni se nos presta la ayuda desinteresada que nos ofrecían cuando aún teníamos ojos picarones y sonrisas dulces. Pero al igual que en esos 10 km, optamos por luchar, el camino sabemos que es duro pero, aún tenemos ambiciones y logros que queremos alcanzar, para por fín llegar a la meta y descubrir que todo el esfuerzo sí mereció la pena, que lo que anhelabamos estaba al final del camino.
    Pues prácticamente esos durísimos 10km pueden describir desde una larga vida, una carrera profesional, o un simple proyecto a corto plazo que tengamos en mente. Por ende yo sí me aventuraría a decir que esa carrera es vida, ya que todos nuestros actos o proyectos lo onvertimos en pequeños o grandes retos, cada uno a su manera, a veces seguiremos con él, en otras ocasiones nos rendiremos en el intento, pero el ser humano es así, no sabe muy bien por qué pero solo quiere avanzar para al final tener su recompensa, y poder compartir el júbilo de dicho logro con los demás.

    En fín, fantástico post que me vuelve a dar una pequeña dosis de motivación para nunca cesar en mis metas.
    saludos, Nat

    ResponderEliminar