miércoles, 19 de octubre de 2011

La unión hace la fuerza

Más allá del "típico" tópico que se esconde tras esta lapidaria frase, encontramos todo un mensaje de contemporaneidad y concienciación social, dignos de mención.

¿Quién no se ha descubierto alguna vez, en pleno momento de éxtasis y euforia ante un inmenso logro, buscando perplejo una mirada amiga con la que compartir tan indescriptible alegría? ¿Cuántos, ante la búsqueda fallida de compañero de viaje, hemos simplemente ahogado esa explosión de júbilo? Y lo que es peor, todos hemos recreado tan memorable momento de nuestra vida, en infinidad de ocasiones, sólo para conocer la reacción de nuestros interlocutores y permitir con ello revivir tales sensaciones.

Tan humana reacción, debe de estar tatuada en el lomo de nuestras cadenas de ADN. Es por ello que trasladamos esta conducta a todos los ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo, el mundo laboral, no es ajeno a esta tendencia, beneficiándose mediante conceptos como la industrialización, globalización, sinergias o empresas multinacionales.

Determinados sectores fueron más precoces a la hora de asumir estas ideas y embarcarse en lo que muchos llaman desarrollo o evolución. En el mundo de la medicina, la economía o la tecnología, llevan años trabajando en equipos que buscan un bien común. Cada individuo aporta sus virtudes con el fin de alcanzar un resultado global positivo que repercuta en beneficio de todo el grupo.

Otras profesiones y gremios, tradicionalmente más independientes e individualizados, han acabado sucumbiendo ante la inminente aparición de un sistema global. Abogados, ingenieros o electricistas, ven cómo sus equipos se llenan de integrantes de la misma capacitación, en un sistema jerarquizado pero multidisciplinar y numeroso.

Sin embargo, una vez más, la arquitectura parece encontrarse anclada a los cimientos de la profesión, congelada en un pasado idílico y obsoleto que nunca más podrá volver a repetirse. Porque, señores, esa es la principal variante integrada por esta desconcertante crisis. Las reglas del juego han cambiado. La figura del arquitecto solitario, propietario de un estudio personal, está presenciando el ocaso de una vida.

Mientras, años o, incluso, siglos atrás, eran los arquitectos con nombres y apellidos quienes marcaban las pautas a seguir en esta profesión, hoy día son los estudios colectivos o asociaciones de estudios menores los que lideran el panorama internacional. Arquitectos como Le Corbusier, Álvaro Siza o Frank Gehry, se diluyen ante nuevos macroestudios liderados por más de un representante. Entre ellos destacan parejas ilustres como Herzog and De Meuron, o equipos como MVRDV. A nivel nacional, esta transición sigue la estela de sus referentes más allá de nuestras fronteras: Sáez de Oíza, Coderch o Moneo, han dado lugar a equipos como Cruz y Ortiz, Mansilla y Tuñón o EDDEA.

Este cambio generacional y conceptual es aún difuso, pero cada día somos más los que afirmamos que el sistema, tal como lo conocíamos, ha desaparecido. Ya no hay, ni habrá, la cantidad de dinero que hubo, tanta como para permitir infinidad de individuos capaces de enriquecerse. Esto unido a la producción incesante de nuevos profesionales, ha dado lugar a un cambio en el modelo de negocio.

Términos como la especulación deben ser olvidados, y la nueva arquitectura ser entendida como un servicio a los ciudadanos, no como un trampolín hacia la riqueza.

Por tanto, nuevo escenario y nuevos protagonistas. Empresas cada vez más amplias y especializadas, dispuestas a colaborar con sus iguales y concienciadas en cuanto al coste y al valor de sus acciones.

La sociedad se une para reclamar sus derechos y los profesionales se asocian para ampliar su abanico de posibilidades.

Ya sólo falta que los países, administraciones y políticos se unan a tan bella iniciativa.


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